tag:blogger.com,1999:blog-139827912024-03-23T15:07:28.058-03:00Página en blancoBitácora de vuelo de un aspirante a escritor (y ser humano)roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.comBlogger62125tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-71666571100085443442008-04-07T09:15:00.000-04:002008-04-07T09:18:59.921-04:00El Vacío (escrito en abril del 2002)Lo bueno de tener veintinueve años es que todavía no se tienen treinta, lo malo es que falta repoco para los treinta. Me convertiré en un adulto, en un ser responsable, en algo que estoy a años luz de imaginármelo; pero si alguien supiera que estoy casado, felizmente casado, y con una niña que todas las noches me exige cuentos para dormir, que además estudié una ingeniería de ejecución en una universidad tradicional, que después saqué un post-título, que trabajo en una empresa constructora, que me levanto siempre antes de las siete y que no me acuesto después de las once, agregando el no despreciable asunto de que poseo una hipoteca y auto propio, diría que soy un adulto, un adulto responsable. Qué cómico. A veces me siento un niño, y cuando no, un adolescente, porque adolezco, y ese debería ser el único requisito para sentirse así. La ansiedad es la culpable, o quizá el egocentrismo, pero algo no funciona bien en mi cabeza; si fuera un adulto, con treinta años y todo, sabría qué cresta me pasa. Busco, busco y busco (la humanidad entera lo hace, creo), y sólo encuentro un montón de hitos y horas ocupadas. Me gusta tu vida, me dicen algunos. Ésa una forma de decirme que odian las suyas. Y a mí también me gusta, contesto, pero tampoco es tan macanuda.<br />Hay un vacío que no tiene forma ni volumen, es invisible a mis sentidos a pesar de palparlo, olerlo, oírlo, escucharlo y saborearlo; leve o fuerte, está ahí, y si desaparece por algún tiempo no me doy cuenta. A lo mejor por eso escribo (casi toda la humanidad lo hace y no sabe el por qué), aunque creo que es una forma de expresión de mi ego, una forma de encerrarme, de abrirme, de buscarme, de alejarme, de jugar. Eso es. Acabo de encontrar el sentido: es un juego, un vulgar juego.<br />(Tenía ocho años o nueve, recuerdo en forma clara mi ropa: un short rojo -con bolsillos al costado-, unas zapatillas Dolphin y una polera celeste con un león estampado. La polera me la habían comprado en una feria cercana a la casa de una prima de mamá, y estaba, como diría papá, impeque. Era un día de feria, martes o viernes, hacía calor, era verano, y mis amigos aparecieron con un cajón de tomates podridos. Bastó una mínima provocación y la guerra empezó. Dos bandos se formaron. Yo me excluí. Como ya dije, mi polera estaba impeque, y podía usarla tres días seguidos, era cosa de no ensuciarla y de no transpirar. Tomates voladores pasaban en distintas direcciones. Mis amigos carcajeaban; los grandes reían con el espectáculo; yo sólo sonreía. El rol de espectador no me satisfacía. Pude haberme sacado la polera e integrarme al juego, pero era muy flaco. Sentí un golpe en el pecho y miré: una mancha pequeña, una maldita mancha, cubría la mejilla (¿derecha?) del león. Quién chucha fue, grité. La guerra paró de golpe. Era primera vez que me escuchaban decir un garabato, si es que “chucha” puede ser considerado como tal. Inflé el pecho al notar la parálisis colectiva que había provocado el grito. Una lluvia de tomates en mi contra prosiguió. Lo pasé chancho).<br /> Visito una obra, escapo más temprana hacia la casa, juego con mi niña, leo, como, cago, beso a mi esposa, hago el amor o escribo (muy pocas noches he logrado realizar ambas) y duermo. Eso resume mi vida. ¿Y el vacío dónde está? En los espacios en blanco. Nada es continuo, ni el tiempo, ni un chorro de agua, ni un haz de luz.<br />Me retiro. Seguiré buscando...roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-88955541130762587242007-07-08T23:37:00.000-04:002007-07-08T23:39:23.115-04:00<strong>Soy un pecador<br /></strong>(y Rayuela me pena)<br /><br />Creo que he leído todos los libros de cuentos de Cortázar. Tengo varios de ellos en mi biblioteca y los que no tengo me los ha prestado mi amigo escritor el joven Barros. Lejos, Cortázar es el autor argentino (y de cualquier nacionalidad) que más he leído, pero aún no he podido terminar Rayuela y eso me pena.<br /><br />A principios de este año prometí saldar mi deuda con los escritores trasandinos. Lo lógico era primero terminar con Cortázar y luego introducirme en los demás autores. Tomé Rayuela y leí de sopetón las cien primeras páginas. Hasta ahí me llegó el entusiasmo. Los personajes me encantaron, pero eché de menos una historia, algo que mantuviera la tensión. Todo el mundo adora a Rayuela (sobre todo el joven Barros, es una especie de libro sagrado para él) y la encuentran una de las mejores novelas del siglo pasado. Imagino que debe ser así y por eso me da tanta lata no poder enganchar con esa novela. Me tomaré un respiro, me dije, y dejé el libro en un lugar privilegiado de la biblioteca (me explico: en el centro, a media altura y sin libros a los costados). El respiro resultó ser El Beso de la mujer araña de Puig. Anduve sonriendo todo el resto del día. Anoté en mi agenda que también debía leer Boquitas pintadas. Me han contado que esta novela es insuperable, pero antes debía continuar con mi tour de escritores argentinos.<br /><br />Le conté al joven Barros sobre mi problema cortazariano y él me dijo que me lo tomara con calma. “Rayuela en algún momento te atrapará”, sentenció. Regresé un poco más tranquilo a casa. Cada vez que pasaba por la biblioteca tomaba la mentada novela, le daba unas hojeadas y la devolvía a su sitio. Ya se me pasará, pensaba. Leí La serpiente de Aira. Es cierto que sonreí mucho menos que con la novela de Puig, pero no me quejo, Aira es un autor original e interesante. A lo mejor mi problema es que Rayuela tiene demasiadas páginas, pensé, y agarré la novela-mamut de Alan Pauls, El Pasado. La leí, sonreí mucho e inmediatamente me puse serio. El problema no es la longitud del relato, me dije con el mismo pesar que siente un doctor al ver que no puede diagnosticar cierta enfermedad. Me hace falta un café y una larga charla, me dije frente al espejo y con la cara empapada en agua.<br /><br />“Si te consideras un buen lector”, me empezó diciendo el joven Barros, “no puedes dejar de leer Rayuela”. Yo asentí. “Y peor aún si eres escritor, es un pecado capital, entiéndelo. Los duendes no te dejarán tranquilo”, agregó con los ojos inyectados en sangre. Me estremecí. Le prometí a mi amigo intentarlo nuevamente, pero aclaré que tampoco quería abandonar la lectura de otros autores argentinos. El joven Barros se rascó la cabeza, bebió un poco de café y me palmoteó el hombro antes de retirarse a escribir el final de su segunda novela. Lo miré por el ventanal, se veía sobreexcitado, chascón y caminaba torpemente: a cada rato chocaba con algún otro transeúnte. No lo culpo, pensé, después de todo está terminando una novela. Pasé a una librería y compré El juguete rabioso de Arlt. En la noche, luego de que mi familia se durmiera, me senté en el comedor con los libros de Cortázar y Arlt sobre la mesa. Leí diez páginas de Rayuela y casi sin darme cuenta empecé a hojear el otro libro. Luego de terminar la novela de Arlt me pegué diez cabezazos sobre la cubierta de la mesa por no haberla leído antes. Seguro que me habría ayudado mucho en mi primera novela. Anoté en mi agenda que debía leer todo lo de Arlt, de Puig, de Pauls y, por lo menos, otro par de libros de Aira. Y en eso estoy, consiguiéndome libros de estos autores argentinos y poniéndolos en pila sobre mi velador. Desde hace un mes, cada vez que apago la lámpara y apoyo mi cabeza sobre la almohada, escucho un par de voces al interior de la pieza. Mi esposa jamás se ha despertado con ese ruido así que supongo que sólo yo lo escucho. No distingo lo que dicen, pero sí sé con certeza quienes son los parlantes: el joven Barros y el maestro Cortázar. Hoy, con la esperanza de que las molestosas voces se callen, he jurado de guata que para las vacaciones de verano me pongo al día con Rayuela; además, y por si acaso, escribí en mi agenda: Yo amo a la Maga. Espero que estas cosas funcionen o sino tendré que dormir con la luz encendida durante mucho tiempo. <table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com19tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-54613735985000889462007-05-18T19:27:00.000-04:002007-05-18T19:29:24.889-04:00Gracias Bertoni<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><div align="justify"><strong>Bertoni nos da una mano<br /></strong><br />Yo, hasta no hace mucho, me había quedado con la imagen de que la poesía era algo lindo pero abstracto, que mientras más palabras difíciles se usan mejor el poema, y con la idea de ese romanticismo cursi de un joven cantándole a una flor mientras se acuerda de su amada. La poesía era eso y mucho más. Llegó a mis manos el libro Jóvenes buenas mozas y descubrí que la poesía también puede ser algo tan mundano como seguir a una escolar por varias cuadras con el único fin de mirarle su lindo culo. Gocé como niño con ese libro y empecé a averiguar más sobre Bertoni, el autor. Descubrí que era un artista multifacético, músico y fotógrafo son, a lo menos, otras de las disciplinas que ha cultivado. También tiene una colección de zapatos abandonados por el mar. En resumen, Bertoni es un digno personaje de un cuento de Cortázar. Busqué más libros de él y me encontré con Ni yo. Leí sus poemas con el mismo placer que sentía cuando chico al comerme una manzana confitada. Pero dentro de este libro encontré una manzana confitada extremadamente deliciosa. Para una joven amiga que intentó quitarse la vida, se titula el poema. Y es un homenaje al cariño, al amor, a la amistad. No he leído mucha poesía, es cierto, pero deben ser los versos más tiernos de la literatura chilena: me gustaría ser un nido si fueras un pajarito / me gustaría ser una bufanda si fueras un cuello y tuvieras frío… Así empieza Bertoni su carta, porque originalmente este poema fue una carta que él escribió y mandó a una amiga que había intentado suicidarse. Es uno de esos poemas que uno puede tomar prestado y regalárselo a la mujer de sus sueños, pero ojo, es un arma de doble filo, y su uso debiera estar regulado por algún organismo fiscal. El ladrón de versos debe estar muy seguro de lo que hace, debe estar preparado para la reacción que puede provocar este poema. La chica se puede enamorar, sin duda, y puede hacerlo hasta las patas, por lo que si no se está seguro del propio amor hacia esa mujer, mejor no mandarlo. y si yo fuera sal / tú serías una lechuga / una palta o al menos un huevo frito… Espero que este escrito no lo este leyendo ningún conquistador de pacotilla. Sería como pasarle una navaja a un mono. Y si aún creen que estoy exagerando, lean estos últimos versos con los que termina el poema: y si tú fueras un árbol / yo sería tu sabia y correría / por tus brazos como sangre / y si yo fuera sangre / viviría en tu corazónGracias Bertoni por favor concedido, dirá más de alguien en un futuro próximo, con la cabeza de una mujer reposando en su torso desnudo.</div></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-75137793625880454062007-03-12T23:06:00.000-04:002007-03-12T23:07:25.617-04:00Best Seller bajo el sol (sin editar)<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><div align="justify">Best Seller bajo el sol<br />(y bajo lupa también)<br /><br /><br />El verano se ha transformado en la época del año favorita para que muchas personas se transformen, al menos por un par de semanas, en lectores. La razón es simple: las vacaciones permiten tener tiempo para hojear con tranquilidad algún texto. Estos “lectores temporales” generalmente van, supuestamente, a la segura. Se apean de libros probados, que ya han sido leídos por muchas personas, o que prometen serlo. Ahí aparecen los famosos y vilipendiados best seller a la palestra. Las editoriales, por su parte, dedican grandes esfuerzos en posicionar “el libro del momento”, aquel que hará más entretenidas las merecidas vacaciones.<br /><br />Un libro se puede denominar best seller cuando cumple con alguna de estas dos condiciones: O se vende mucho; o responde, tanto en su estructura con en los temas a tocar, a cierta fórmula que de alguna manera asegura la posterior súper venta. Es por esta última condición que se da la paradoja de que muchos libros incluso antes de vender un solo texto, ya son llamados best seller. Pero, ojo, en el mundo de los súper ventas hay de todo. Libros buenos y otros tantos malísimos. Si bien la etiqueta de best seller sigue molestando a todo autor que se considere de respeto, ya no es tan grave la situación.<br /><br />¿Qué diferencia un best seller de otro?<br /><br />Hay libros que desde siempre fueron concebidos de esa forma, pensados en transformarse en la última novedad. Ahí está, por ejemplo, El Afgano de Frederick Forsyth, que toca el tema del terrorismo islámico y la guerra en Irak; o Malinche de Laura Esquivel, texto que fue escrito por encargo y en donde se podía aventurar que muchas mujeres (el sexo femenino es el más lector) correrían a las librerías para empaparse de la sufrida vida de Malinalli, la amante del conquistador Cortés. También existen fórmulas que funcionan un par de veces y que, por lo mismo, se repiten hasta el hartazgo. Miles son los subproductos que han aparecido luego de El Código Da Vinci: Algo de historia universal, varias cucharadas de religión y una pizca de intriga (y poco sexo para que la adaptación al cine pueda ser calificada para todo espectador). Además, abundan los escritores que quedan empantanados en algún estilo debido a lo éxitoso de sus libros anteriores. Ser un autor súper venta puede considerarse, en esos casos, una amarra creativa. ¿Se imaginan a Coello escribir algo distinto a la supuesta busca del sentido místico de la vida? Obviamente no. Otros dirán que simplemente no le da el ancho para escribir algo distinto, pero eso es harina de otro costal. John Grisham se ha envalentonado sólo un par de veces y ha contado historias sin abogados de por medio, aunque nunca ha abandonado del todo el llamado estilo thriller; el resultado de tal aventura ha sido dispar. En lo personal me gustaría ver a Rivera Letelier escribir sin tantos adjetivos, pero él ha declarado que escribe así y que morirá haciéndolo de esa forma. El fantasista fue uno de los libros más vendidos del 2006. Qué se le puede decir ante eso.<br /><br />Pero también existen esos textos que simplemente se escribieron. Y, bueno, luego algo de él enganchó, o alguna circunstancia del momento lo hizo interesante para otro lector, y la ola creció y creció. Travesuras de una niña mala fue uno de los libros más vendidos el año 2006. También lo fue El Quijote de la Mancha. Nadie va a acusar a Cervantes o a Vargas Llosa de ser unos herejes literarios por ello. La catedral del mar, una novela que podría interesarle sólo a los catalanes, fue la sorpresa del año pasado. Afortunadamente es un gran libro y si bien es vendido bajo la etiqueta de novela histórica, derrocha literatura. Ahora último se está vendiendo mucho un texto de gran factura, El abanico de seda, de Lisa See; bien por sus lectores. Por otra parte, debido al premio Nobel otorgado a Pamuk (y no por otra cosa, no seamos ingenuos) sus libros Nieve, Me llamo Rojo y Estambul, desaparecen de las estanterías con facilidad. La distancia literaria entre estos libros y La bruja de Portobello, por ejemplo, es abismante. En términos de venta esa diferencia no es igual, más bien favorece a Coello. Plata para la editorial, plata para el autor. El sistema sigue funcionando.<br /><br />Existe una última categoría, la peor para el ego de cualquier escritor. Libros concebidos claramente para convertirse en best seller, que son anunciados como tal, en donde millones de pesos son invertidos en publicidad, las vitrinas casi revientan con estos textos y el libro simplemente no se vende como se esperaba. En Chile existen, por parte baja, dos casos recientes: El número Kaifman y La Séptima M. Libros reseñados hasta el infinito tanto en la prensa escrita como en cientos de bloggers. ¿Acaso ya no interesan los nazis en Chile?, ¿o ya nos hemos olvidado de Los archivos secretos X? Como se ve, nada asegura en un cien por ciento la súper venta. Escribir, por suerte, sigue siendo un riesgo.<br /><br />HARRY POTTER Y EL MISTERIO DEL PRÍNCIPE MESTIZO, J. K. ROWLING<br />La saga continúa y la diversión también. Rowling, para pesar de muchos, no sólo ha construido su propia gallina de huevos de oro, también escribe bien. Una historia donde se combina perfectamente lo fantástico y los típicos sentimientos adolescentes. Recomendable para jóvenes de toda edad.<br /><br />INÉS DEL ALMA MÍA, ISABEL ALLENDE<br />La ligera y algo tibia pluma de Allende nos relata la vida de Inés de Suárez. Obviamente la autora no eligió a cualquier mujer. Debía ser combativa y con cierta presencia histórica. Las mujeres chilenas, como se puede leer, han sido sufridas desde siempre. La prosa, vale la pena decirlo, envuelve. Si usted es mujer y es seguidora de la autora, corra a comprar el libro.<br /><br />TRAVESURAS DE LA NIÑA MALA, MARIO VARGAS LLOSA<br />No estamos frente al Varguitas de sus cinco primeros libros, pero Vargas Llosa es incapaz de escribir un libro malo. Aquí nos pasea por la risa y por el llanto a través de un periplo por distintas ciudades del mundo. Tome esto es cuenta: Leer a Vargas Llosa ayuda a sopesar de mejor forma a los demás autores.<br /><br />PASIONES GRIEGAS, ROBERTO AMPUERO<br />Ampuero definitivamente engaña. Al leer sus columnas de opinión, independiente de que si se está de acuerdo o no con él, uno se convence de que debe ser un gran escritor de ficción. Una historia llena de clichés y atiborrada de datos “cultos”. Opte por sus libros policiales.<br /><br />EL FANTASISTA, HERNÁN RIVERA LETELIER<br />El autor más entretenido de nuestro país nos relata la historia de un hombre que sobrevive gracias a su talento con el balón. La Pampa vuelve a ser protagonista y eso se nota: Rivera Letelier chapotea como chancho en el barro contándonos historias con el desierto como telón de fondo. Altamente recomendable para gente que necesita reír a carcajadas y para los amantes del buen fútbol.<br /><br />LA SÉPTIMA M, FRANCISCA DEL SOLAR<br />Supuestos suicidios, misterios varios y un curioso trío investigador son algunos de los elementos de un texto que nunca logra despegar. Los personajes son meras caricaturas, la prosa es rígida en extremo y en cada página uno se dice: esto ya lo vi. Sólo si usted tiene la colección completa en DVDs de Los archivos secretos X, puede ir con algo de confianza a adquirir este libro.<br /><br />EL NÚMERO KAIMAN, FRANCISCO ORTEGA<br />El nazismo ha llegado a Chile y con ello la corrupción, la violencia, el tráfico de influencias y todas las pestes que pueda engendrar la sociedad. Un libro demasiado maqueteado, donde los personajes no fluyen, actúan. Si gusta de historias de nazis en Chile, prefiera Patagonia de Sergio Gómez, un libro con menos páginas, pero con más literatura.<br /><br />DON QUIJOTE DE LA MANCHA, MIGUEL DE CERVANTES<br />Una obra maestra, inspiradora hasta el día de hoy. Siempre van a existir molinos de viento por derribar. Recomendable para todo ser humano que sepa leer; y si no sabe leer, debe aprender sólo para apreciar este texto.<br /><br />LA FORTALEZA DIGITAL, DAN BROWN<br />A Brown le encantan los códigos, y en esta novela aparece un increíble computador capaz de descifrar cualquier código, pero un día esta máquina falla y la humanidad queda expuesta a lo peor. Aquí la religión es cambiada por el culto a las matemáticas. Lo demás es igual a todas sus novelas. No apta para mayores de cinco años.<br /><br />EL AFGANO, FREDERICK FORSYTH<br />Más que una novela, este texto parece un panfleto donde se despotrica contra el terrorismo islámico y cualquier cosa que atente en contra de la “libertad”. La historia es tan ingenua que da vergüenza siquiera hablar de ella. Si es fan de George Bush puede llegar a gustarle este libro.<br /><br />EL ABANICO DE SEDA, LISA SEE<br />La sola narración de los detalles de cómo se le vendaban los pies a las niñas chinas y sus dolorosas consecuencias, siendo en algunos casos hasta fatales, hacen olvidar el costo del libro. Una prosa delicada y punzante. Llena de sutiles metáforas. Quizás fue escrito pensando en las mujeres. Da lo mismo. La buena literatura es unisex.<br /><br />LA CATEDRAL DEL MAR<br />Con más novelas como ésta, el trabajo de los profesores de historia se haría más liviano, por lo menos en lo que respecta a la parte motivacional. Es imposible no emocionarse con la trágica vida de Bernat y su hijo Arnau. Paralelamente vemos cómo se construye La Catedral de Barcelona. Un relato ambientado en siglo XIV donde se dibuja magistralmente el ambiente de esa época. No dude en llevarlo a la playa. Ni siquiera se lanzará al agua.<br /><br />EL INOCENTE, JOHN GRISHAM<br />Grisham tiene una gracia que ya muchos “autores de respeto” quisieran. Hace que el lector entre lentamente en la historia a través de precisas descripciones físicas del lugar y de los personajes. Basado en una historia real, el autor se toma su tiempo para relatarnos la vida de un hombre condenado a muerte y que a cinco días de su ejecución, y luego de haber permanecido en la cárcel durante doce años, sus abogados logran demostrar que no era culpable. Recomendable para adictos a la entretención.<br /><br /><br /> </div></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-45322552897358899472007-03-01T12:13:00.000-03:002007-03-01T12:14:58.788-03:00No pongas a SalingerNo pongas a Salinger<br /><br />Una vez que terminé de corregir el borrador de mi primer conjunto de relatos, caí en la cuenta de que algo le faltaba: el epígrafe. Mi esposa me aconsejaba que obviara el asunto. “Los escritores escriben esa tontera al principio de los libros para parecer más cultos”, alegaba ella. Revisé varios textos y fui descubriendo que en muchos casos parecía que el epígrafe no era más que una tonta ostentación del autor. Ante mi mueca de molestia mi esposa reaccionaba con una sonrisa, no burlona, no totalmente, era más bien una sonrisa de te lo dije. En mi revisión descubrí que los autores franceses eran los que más aparecían, seguidos de cerca por los clásicos griegos. Pero también descubrí que aquellas primeras líneas encerraban cierto tipo de homenaje hacia el autor citado. “Un libro no está terminado si no tiene un epígrafe”, sentencié con poca convicción. Mi esposa se encogió de hombros.<br /><br />Ese volumen de cuentos contiene, en su mayoría, historias donde los protagonistas son niños o adolescentes. Frente a esta realidad busqué en mis libros iniciáticos (los que más me han marcado) la bendita frase que anunciara, aunque sea sutilmente, lo que se encontraría el lector más adelante. Mal que mal el epígrafe es un portal a un mundo nuevo, y ese portal debe representar de cierta forma un aperitivo que abra los apetitos literarios. Clasifiqué tres citas: una de Papelucho, otra de La ciudad y los perros y cerré con El guardián entre el centeno. Luego de analizar cada una de ellas, sentí que las palabras de Vargas Llosa eran las más lejanas al sentido (si es que alguien le puede encontrar uno) de mi libro. Esa noche me dormí tarde, quedaban sólo dos días para entregar el manuscrito final a la editora, y no pude decidirme por ninguna de las dos alternativas que quedaban.<br /><br />Ingenuamente me junté con un grupo de amigos escritores al otro día. Todos ellos habían leído mis cuentos o, por lo menos, sabían de qué se trataban. Puse las dos citas sobre la mesa y ellos, presurosos, se lanzaron a la lectura. Todos arrugaron la frente. “No pongas a Salinger”, dijo el mayor. “No, no es conveniente”, acotó la única dama presente. Yo sólo atinaba a rascarme la cabeza. Pregunté el motivo de tal rechazo. “No es bueno que te asocien a Salinger”, explicó el menor. “Pero si escribe muy bien”, repliqué. “Es muy de culto”, arremetió la dama. “Los críticos te van a asociar a la Zona de contacto”. “Es muy gringo”.<br /><br />Pasado el tiempo descubrí que todo había sido una tontera. A la hora de escribir, incluso a la de citar, hay que ser honesto consigo mismo. Qué importa que sea un autor de culto, o súper ventas, o mal mirado. Qué importa que el autor sea gringo, vietnamita, cubano o ruso. Lo único relevante del asunto es la relación que ese autor, que ese párrafo, que ese libro, haya conseguido contigo y tu obra. Salinger es un gran autor, y su historia de que vive enclaustrado en su casa desde hace décadas me parece sólo anecdótica. Holden Caufield es uno de los personajes más tiernos que posee la literatura norteamericana. Basta recordar la escena con la hermana menor: Caufield confiesa que él quiere convertirse en un guardián, esconderse en el centeno para advertir a los niños que no se acerquen a un barranco cercano. La vida se le cae a pedazos al protagonista, pero todo eso parece olvidarlo ante la presencia de su hermanita. De ese emotivo momento había extraído la polémica cita y mi falta de carácter evitó que la pusiera en mi primer libro, pero no en el segundo: una novela donde el protagonista frisa los doce años. Quizás es cierto que algún crítico haya hecho una mueca de desagrado al abrir el libro y encontrarse con Salinger, quizás más de algún potencial lector haya desahuciado mi novela al momento de leer el epígrafe, quizás muchos colegas escritores sonrieron con sorna luego de comprobar de que, para más remate, debajo de la cita de Salinger existía algo peor: parte de la letra de una canción de Los Prisioneros. Sólo citaré a Proust el día en que pueda, al menos, terminar de leer uno de sus libros sin pegarme cabezazos en la pared.<br /><br /> <table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1170297048420822252007-01-31T23:27:00.000-03:002007-01-31T23:30:48.476-03:00Carta a un joven que quiere ser escritor maldito<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" width="100%" unselectable="on"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><div align="justify"><br />Sácate de la cabeza eso de ser un escritor maldito. Olvídate de la vida de Hemingway, arranca ese póster que tienes pegado en tu pieza y sólo lee sus libros. Te recomiendo los cuentos de Nick Adams. Descansa del invento de Bukowski. Alguien lo elevó a la categoría de maestro sólo para justificar su vida lleno de excesos. Nadie puede tener tanto sexo pasando todo el tiempo borracho. No creas que siendo maldito vas a escribir mejor. No creas que te llegará la fama haciéndote el malo. Harás el ridículo por montones (en realidad, seguirás haciéndolo) y perderás a los pocos amigos que aún tienes. Bota todas tus botellas de alcohol que guardas en la despensa. También las drogas. Y deja de andar haciéndote el ebrio. Ya nadie te cree. Duerme harto, come bien, da largas caminatas. Aprovecha la oportunidad de ser una de las pocas personas en el mundo que no tiene que trabajar para vivir. Toma el sol, patea una pelota, respira profundo. Y luego de que te sientas bien y hayas recuperado la decena de kilos que has perdido, piensa algo en que escribir. Y si escribes, hazlo en pleno estado de lucidez. Tu libros anteriores son buenos, pero puedes hacer uno mucho mejor.<br /><br />¿Quieres el reconocimiento de tus pares? Trabaja en tus textos. La escritura automática no existe. La inspiración tampoco. Si quieres puedes seguir escribiendo sobre zombis, sicópatas y drogadictos, pero hazlo con pasión. Que los personajes den sombra, como dice Vargas Llosa, aunque sean muertos vivientes. Y por sobretodo, manda al diablo a esos viejos poetas amigos tuyos. Ellos están perdidos. Ni siquiera están escribiendo. Deja de alimentarles el ego. La esquizofrenia de ellos no tiene porque ser la tuya. Tú eres joven. Estás a tiempo. Hazle caso a tu siquiatra, a tu familia, a tus amigos. <br /><br />¿Odias que te llamen loco? Entonces no te comportes como tal. Deja de pelearte con todo el mundo. Destruir librerías no es un acto poético. Muchos te han metido ideas equivocadas en la cabeza. Te repito, no empuñes más tus manos. Te he visto la cara hinchada demasiadas veces. Lávate el pelo, cámbiate ropa y sale a dar una vuelta a algún parque. Tiempo tienes de sobra. Observa a la gente. Deja la literatura de lado por un momento. No vayas a cafés a encontrarte con cualquiera que se crea poeta. Descansa de ir a lanzamientos de libros de autores que ni siquiera has leído. No busques que la gente sólo hable maravillas sobre tus textos. Acepta las críticas negativas. A veces esas críticas son acertadas y ayudan a mejorar tu trabajo. Conversa de otros temas que sean de ti mismo. Insisto, Observa a la gente. A las parejas, a los ancianos, a los niños. Hazte amigo de un perro callejero y cuéntale tus planes. Dile que quieres ser un gran escritor, un escritor de fuste. Cuéntale que tienes un talento enorme, pero que ese talento no sirve de nada si un día amaneces acuchillado en un callejón. El perro te entenderá. Él sabe mejor que tú lo que es la vida. Discúlpate con todas las personas a la que has dañado. Tu vida ha sido dura, lo sé. La muerte ha merodeado exageradamente en tu familia. La pena es grande. Bueno, y la pena provoca angustia y la vida se vuelve una locura. Debes huir del hoyo y reconstruirte. No conozco a nadie que haya tenido tantas oportunidades como para enderezar el rumbo como tú.<br /><br />Búscate una pega. El exceso de ocio es tu peor aliado. ¿Sabías que Bolaño, uno de tus escritores favoritos, trabajó en innumerables oficios antes de poder vivir de la literatura? Conserje y guardia nocturno, por ejemplo. Hemingway fue corresponsal de guerra. Bukowski cartero. Estudia inglés. Entra a un taller de bonsái. Teje a crochet. Pero haz algo.<br /><br />La literatura es todo, gritas a los cuatro vientos. Ok. Como tú digas. Pero ojo, la literatura salva, no condena. La literatura es un salvavidas, no es un ancla que te lleva hacia el fondo. Por un momento visualiza que, a lo mejor, quién sabe, en una de ésas, la literatura no es todo. De repente es bueno sacar la cabeza por la ventana, ver una mala película, vibrar con un partido de fútbol, enamorar sutilmente a una linda chica. Luego puedes, si quieres, escribir algo sobre eso.</div></td></tr><tr hb_tag="1" unselectable="on"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com18tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1167950061190649462007-01-04T19:33:00.000-03:002007-01-04T19:34:21.213-03:00En un lugar de Lampa<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" width="100%" unselectable="on"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><div align="justify"><strong>En un lugar de Lampa…</strong><br /><br />¡Atención escritores chilenos! Olvídense de New York, Madrid y París. He descubierto un nuevo Macondo: Lampa. Pueblito ubicado en el extremo norte de la región metropolitana, a escasos cuarenta minutos del centro de la capital, combina perfectamente lo urbano con lo rural, y lo fantástico con la dura realidad. Su gente se caracteriza por trabajar mucho y ganar poco dinero, pero a pesar de ello no se escuchan mayores quejas. Los hombres son fuertes, morenos, algo serios, pero con una par de cervezas en el cuerpo se convierten en los seres más risueños del planeta. Las mujeres son buenas mozas, empeñosas y no son pocas las que debutan en el aspecto maternal antes de terminar el colegio. A continuación muestro ciertas características del nuevo Macondo e invito a algunos autores a escribir sobre el tema.<br /><br />1. Por todas partes se aprecian autos, caballos y, por sobre cualquier cosa, bicicletas. Este ecológico medio de transporte es ideal para un pueblo donde todo queda lejos como para caminar y demasiado cerca como para tomar colectivo. Imagino a Fuguet escribiendo un cuento sobre jóvenes ciclistas que organizan carreras clandestinas durante las noches, con el único fin de olvidarse que nunca vivirán en otra parte que no sea su pueblo. Todos ellos añoran con que algún día se inaugure un cine a un costado de la plaza de armas.<br /><br />2. Sus calles principales están pavimentadas y es motivo de orgullo poseer un cruce semaforizado. Es el único a kilómetros a la redonda y el sector donde está ubicado se conoce como El tropezón. En ese lugar perfectamente se puede ambientar una tragedia sin par. Basta que un camión no respete la luz roja y que aplaste a un carretón tirado por un caballo. Costamagna podría contagiar de dolor cada página. El chofer del camión sería una dama que escapa de los abusos de su esposo camionero, y el carretón lo manejaría un anciano aspirante a poeta.<br /><br />3. Una de las cosas que más me ha impresionado del pueblo es la inutilidad de los carabineros y los tribunales de justicia. Todo problema se arregla con una larga conversación o a golpes. El joven Fritz, gracias a su pasado boxeril, podría narrarnos perfectamente una pelea entre dos hombres por el amor de una mujer. Un contendor defendería su honor, y el otro lucharía por revindicar su derecho a amar, aunque este amor sea prohibido. Se correría el riesgo, con Fritz de narrador, de que la mujer en disputa se convierta en vampiro durante las noches o de que todo, al final de cuentas, no sea más que un ingenioso juego de vídeo.<br /><br />4. Abundan los locales que dan colaciones en el Camino Lo Etchevers, uno de los accesos principales a Lampa. “Las perversas” es el lugar preferido de muchos de los trabajadores que laboran en una inmensa villa en construcción. El simpático restaurante fue bautizado así debido a la venenosa mirada que poseen las mujeres que trabajan ahí. Pía Barros nos mostraría en muy pocas páginas la historia oculta de cada una de las perversas. El mal genio de la dueña del lugar es compensado con la dulzura y belleza de las chicas que atienden las mesas. El conflicto no importa, pero ojo, la culpa de todo la tienen los hombres.<br /><br />5. Mucho campo y bosques ornan los alrededores del pueblo. Muchos canales de regadío, también. Por ahí podría aparecer un cadáver flotando: el del cura. Carlos Tromben nos abriría los ojos. Aparentemente motivos políticos llevaron al asesinato del prelado. Una antigua célula ultra nacionalista estaría detrás del ajusticiamiento del cura rojo. A medida que pasan las páginas y luego de una persecución entre viñedos, Julius, joven ciclista nipón e hijo no reconocido del prelado, atrapa al asesino: un viejo aspirante a poeta que alguna vez trabajó con Frei padre, y que enloqueció luego de ver en el noticiario de la noche la nota sobre curas brasileños que están comprometidos en causas de abusos sexuales contra menores.<br /><br />7. En la media luna del pueblo se escuchan ruidos guturales durante las noches. Una posible bestia es la causa del temor generalizado. Collyer jamás nos mostraría a la bestia en cuestión, pero sí nos describiría con mucho oficio, el terror psicológico colectivo que afecta a los vecinos. Una sombra en la pared y un par de gallinas sin cabeza, bastaría para que el mismo lector dudara si leer o no el último párrafo antes de dormir.<br /><br />Lampa da para mucho más: luchas chovinistas entre afuerinos –principalmente capitalinos– y lugareños; un campesino que muestra temple ante la inundación de sus tierras; niños que recorren a pie los cerros más altos y las quebradas más profundas; un avión que cae justo en el medio del tétrico cementerio ubicado en el extremo oriente del pueblo; y una competencia de rally entre un camión tolva, un tractor, una camioneta repartidora de gas y un jeep 4*4 conducido por el hijo menor del más grande latifundista de la zona.<br /><br />Creo que hasta Rivera Letelier debiera escribir sobre este pueblo, pues Lampa en quechua significa “pala de minero”.</div></td></tr><tr hb_tag="1" unselectable="on"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com16tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1167272395854530032006-12-27T23:19:00.000-03:002006-12-27T23:19:55.876-03:00Nada...<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off">...es como antes<br />(por suerte!)<br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1165876871738428252006-12-11T19:39:00.000-03:002006-12-11T19:41:11.763-03:00El relato imperfecto<p align="justify">La apariencia no lo es todo, es cierto, pero importa muchísimo. Recomiendo sospechar del exceso de belleza, de la belleza sin igual. Ahora, tampoco hay que irse para el otro extremo y pregonar a los cuatro vientos que el contenido y sólo eso vale la pena. Estoy de hablando de literatura, por cierto (y de belleza física también, lo admito).<br /><br />El escritor, dicen, el verdadero escritor, vive su oficio como un apostolado en busca de la perfección. Sólo pocos la han rozado o alcanzado. Pero el gran problema de buscar con tanto ahínco esa perfección es, precisamente, que se pueden acercar demasiado (bueno, eso y además que se lleguen a olvidar de lo que están escribiendo). Los relatos perfectos, digo, escritos asépticamente, me causan cierta distancia, la misma distancia que me produce la inevitable impostura que posee una representación teatral. Me frustra no ver una herida, un dedo marcado en la torta. Cierto amigo escritor me ha dicho que en las fallas se percibe al autor; es como si el escritor aprovechara estas hendiduras para escapar del relato y conectarse con el lector. Un relato perfecto es cosmopolita, universal, pareciera que cualquiera de los pocos buenos autores que existen en este planeta lo pudo haber escrito. Eso me parece negativamente inquietante, uniforme, poco arriesgado y falto de carácter. No niego que para alcanzar un relato de esas características, donde uno no puede, por más que busque, cambiarle siquiera una coma, se requiera de un trabajo enorme. Cientos de horas buscando la frase perfecta me resulta admirable, digno de un aplauso cerrado, pero temo que el producto final se vea tan bien pulido que parezca falso, irreal, como los maniquíes.<br /><br />Collyer es un gran escritor (no lo voy a descubrir ahora yo) y siempre se ha dicho, con justicia, que sus cuentos son perfectos. Envidio el oficio alcanzado por este autor, pero no puedo dejar de sólo “admirar”, estéticamente hablando, sus relatos. Me gustaría conectarme más, emocionarme, pero tanta delicadeza me hace escapar de la historia, me grita en la cara que detrás de esas líneas, tan cuidadosamente escritas, hay un escritor, un profesional de la palabra. ¡Yo me quiero olvidar del escritor! Deseo perderme en la historia y, a veces, uno que otro pequeño error me hace el relato más verosímil y me ayuda a alcanzar el objetivo de ignorar por completo dónde estoy parado. Lo mismo me pasa con Contreras. Creo que su novela El gran mal posee más llagas que El nadador. De su boca lo he escuchado decir (en entrevistas, nunca he conversado con él) que de entre esos dos libros se queda con El nadador. Esta novela, la preferida del autor, vendió más (hasta aseguraría que mucho más) que la otra, la imperfecta, pero su lectura apenas me provoca envidia por lo bien escrita que está. El gran mal, en cambio, posee un momento clave (quizás el único), un momento que me conecta con el joven protagonista, un momento que me hace vivir su tragedia, que me hace compartir su “gran mal”, y esa sola escena, para mí, salva la novela y al mismo tiempo justifica las horas de estar sentado frente a ese manojo de páginas.<br /><br />Estoy seguro que ser escritor es mucho más que pulir y pulir: es dejarse llevar, arriesgarse, tirarse al vacío, perder el temor a equivocarse. Los buenos escritores, hablo de esos que sudan “oficio” y “limpieza” por todas partes, son sólo eso, buenos escritores, que están a la misma altura que los miles de buenos ingenieros y médicos que andan dando vueltas por ahí. Apuestan por no perder, por el empate, y no pierden, pero tampoco ganan. Los imprescindibles son aquellos que se dejan ver desnudos, que se meten el dedo (y la mano también, si es necesario) en sus heridas. Ahí están las primeras novelas de Vargas Llosa, por ejemplo. Mamotretos de quinientas páginas que perfectamente pudieron ser trescientas. Pero a quién le importa eso. Huelen a algo esos libros: a dolor, a humor, a pasión, a amor, o a cualquier cosa. Los libros asépticos sólo huelen a anestesia, a alcohol y a povidona; están tan libres de gérmenes, que ni siquiera hay que lavarse las manos después de leerlos. Una pena. Prefiero terminar manchado entero de lodo.</p><table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1162643059818133812006-11-04T09:22:00.000-03:002006-11-04T09:24:19.843-03:00Sigue la mano pequeña...<strong>Jueves 29 de Julio:<br />Pinto soles en el cielo<br /><br /></strong>El profesor de Educación Física me estaba esperando en una pequeña sala ubicada dentro de la sala de profesores. Entrevistas, decía un cartel ubicado en la puerta. La sala de profesores estaba vacía y faltaban todavía diez minutos para la hora de la cita. Sentí un ruido dentro de la sala pequeña y decidí golpear la puerta. Entre, gritaron desde dentro. Fue un grito seco, malhumorado. Apenas crucé el umbral un hombre vestido de buzo azul (nunca he confiado en la gente adulta vestida de buzo) se miró el reloj de pulsera. Estaba sentado tras una pequeña mesa. Tenía las cejas juntas. Realmente parecía malhumorado.<br /> –Imagino que usted es el profesor de mi hijo –le dije.<br /> –Imagina bien.<br /> –En realidad es mi sobrino. Siempre me confundo.<br /> –Ha llegado antes –comentó y volvió a mirarse e reloj pulsera.<br /> Yo miré el mío y constaté que faltaban ocho minutos para la cita. El profesor tomó un pesado libro azul que tenía abierto delante suyo y lo cerró de golpe. Un fuerte ruido reverberó por todo el lugar.<br /> –Es usted algo idiota –comenté.<br /> –Qué…<br /> –Veo que ya se conocieron –dijo la profesora de mi hijo. Ella lucía un delantal verde. Su sonrisa me alegró la estadía–. La Madre Trinidad me contó de esta reunión y me pidió que viniera. Espero no molestar.<br /> Sentí un fuerte escalofrío al mismo tiempo que los ojos de ella me escrutaron por segundos que me parecieron horas.<br /> –Por mí no hay problema alguno –sólo pude articular.<br /> El escalofrío volvió y miré al profesor. Ahí supe el motivo de mi imprevisto estremecimiento. El profesor miraba fijamente a ella. Supe que la amaba y que no era correspondido. Luego supe que además la deseaba con fervor. Nunca he entendido esas repentinas certezas que llegan a mí.<br /> –Alonsito es un gran niño –dijo ella con mucha ternura.<br /> –Lo es –dije–, sólo me interesa que sea tratado como un niño más.<br /> –Pero no es un niño más –dijo el profesor sacándole, por fin, los ojos de encima de la profesora.<br /> –Lo de su mano no le afecta en nada –se me adelantó la profesora, y ella adelantó su mano izquierda y la giró de un lado para otro.<br /> Pude apreciar el brillante anillo de compromiso. Ella notó lo que le estaba mirando.<br /> –Me caso en una par de meses –me explicó algo coqueta.<br /> –Pero no está muerta –bromeó el profesor acompañado de una falsa risa.<br />La profesora y yo optamos por ignorarlo<br /> –Te felicito –le dije a ella, y le tomé por un segundo su mano derecha.<br /> Ella se ruborizó.<br /> –Lo que pasa es contigo el niño sólo escribe cosas, conmigo realiza ejercicios.<br /> El profesor levantaba las cejas como una forma de decirnos que había descubierto la pólvora.<br /> –Alonso sólo tiene una mano más pequeña. No tiene otro problema asociado a ello –dije.<br /> –¿Y los informes médicos? –preguntó él no dando su brazo a torcer.<br /> –Fueron entregados oportunamente a principios de año a la Madre Trinidad. Me entregó una copia a mí y me aseguró que a usted también le había entregado una.<br /> El profesor se sentía pésimo cuando ella lo trataba de usted. Ambos tenían la misma edad. Me dio pena por él.<br /> –A lo mejor me la entregó. En este colegio pasan muchos papeles –dijo él todavía en un tono agresivo. Yo sólo quiero protegerlo.<br /> –No lo dudo –dije en tono conciliador–. Se ve que usted es un buen hombre.<br /> Dejé que la frase decantará unos segundos. El tipo me había generado, a pesar de todo, cierta simpatía. Se notaba su loco de deseo por la profesora. Quise ayudarlo un poco:<br /> –Alonso me habla bien de usted. Mi sobrino sólo quiere ser tratado como uno más.<br /> La profesora miró con ternura al profesor. Éste se descolocó y titubeó algo antes de hablar:<br /> –Está bien, pero yo no me haré responsable por los daños.<br /> –No estamos hablando de una máquina –dijo con énfasis la profesora–, pero entiendo lo que quiso decir. Hasta luego.<br /> La profesora me regaló una sonrisa y se retiró. Un frío silencio se apersonó en la sala. El profesor se sopló la chasquilla y buscó algo de saliva en el interior de su boca para mojarse los labios.<br /> –Dile que estás loco por ella.<br /> Encuentro estúpido tratar de usted a alguien cuando se le dice algo imperativo. El profesor abrió exageradamente los ojos y explotó:<br /> –Qué sabes tú, pendejo.<br /> Me dio risa que me llamara pendejo. Yo no aparentaba ser menor que él.<br /> –O se lo dices y puedes ser feliz. O te callas y te comes tu frustración.<br /> –Ella no te sacó los ojos de encima. Odio a los tipos como tú –me contestó resignadamente. Se tomó el pelo y soltó un largo suspiro.<br /> –No me interesa ella. Conquístala, no es tan difícil.<br /> –¿Ah, sí? Eres un experto.<br /> –Las mujeres responden positivamente a los estímulos románticos. Así como los hombres a los sexuales. No es nada del otro mundo.<br /> –Está casada.<br /> –Pero no muerta, como tontamente dijiste.<br /> –Y qué hago para conquistarla, don Sabelotodo.<br /> –Ignórala una semana. Ella debe ser de ti interés. Si la ignoras por un tiempo necesariamente se va a preocupar.<br /> –Ella ni sabe que existo.<br /> –Luego escríbele un pequeño poema, en una hoja pequeña también, y se lo dejas a su alcance.<br /> –Eso es de una tonta película romanticona.<br /> –Debes saber ya, que las relaciones de pareja, sobre todo en un principio, son idénticas a las tontas películas romanticonas. Es pura biología.<br /> El profesor cerró los ojos y me hizo gesto para que continuara hablando.<br /> –Luego del poema, le escribes otro, pero sigue ignorándola. Poco a poco, a medida que los poemas se vayan acumulando, te vas acercando. Apuesto que antes de un mes terminas en la cama con ella.<br /> –Yo la quiero de verdad.<br /> –Se te nota. Llevarla a la cama es un gesto de amor para ellas.<br /> –Nunca he escrito un poema.<br /> –Mientras más cursi son, mejor.<br /> –Nunca he escrito un poema.<br /> Saqué una hoja de mi libreta y anoté:<br /><br />En los días nublados,<br />pinto soles en el cielo<br />cuando pienso en ti.<br /><br /> –No está tan mal –comentó él y por primera vez sonrió.<br /> –Cada mañana, cuando venga a dejar a Alonso, te paso uno de ese estilo.<br /> –No le debes contar a nadie –volvió al tono amenazante.<br /> –Será un secreto. Hazme caso. Los poemas nunca fallan.<br /> –¿Y si fallan?<br /> Me encogí de hombres y salí de la sala. Luego recordé los escalofríos y volví.<br /> –Cuídate –le dije. Él me miró muy confundido–. De verdad, cuídate –le repetí y salí definitivamente del lugar.<br /> –Eres raro –alcancé a escuchar mientras cerraba la puerta de la Sala de profesores.<br /> No hice esfuerzo alguno por responder. Bajo una lupa todos somos raros.<br /><br /> Por la tarde le expliqué a Alonso que el problema se había solucionado. Ahora te tratará como uno más, finalicé. Mi sobrino escuchó atentamente, asintió cuando escuchó mis últimas palabras y se retiró en silencio a su pieza. Desde el living pude notar que el repetía frases constantemente. Decía una frase varias veces pero en distintos tonos y entonaciones. Me entretuve escuchándolo y en algún momento me quedé dormido.<br /> El fuerte repicar del teléfono me hizo despertar de golpe. No tomé el auricular en seguida. Tuve la secreta esperanza de que el aparato callara. Pero no. Paraba un momento y el molestoso ruido volvía más intenso.<br /> –Deja a Karla tranquila –escuché que dijo un hombre de voz ronca.<br /> Al otro lado de la línea habían descolgado al mismo tiempo que un bocinazo de auto retumbaba por toda la casa. Me asomé a la ventana y apenas pude distinguir un auto que se alejaba muy rápido.<br /> –Quién molesta –dijo mi sobrino.<br /> –No sé.<br /> Había mentido a medias. No tenía la certeza de quién molestaba, pero obvio quién podía ser. Ahora, lo del teléfono y el auto podía ser una coincidencia. De ésas que pasan, por ejemplo, a raudales en los libros de Paul Auster.<br /> –Odio las bocinas de los autos –comentó Alonso.<br /> Vi que traía entre sus manos una hoja escrita con los nombres de los personajes y sus diálogos.<br /> –Entonces, vas a hacer la obra de teatro.<br /> –Lo estoy viendo –dijo Alonso guardándose el manuscrito bajo el brazo–. Otro niño también está estudiando mi papel. Él lo hará mejor.<br /> –Lo dudo…<br /> El teléfono atacó de nuevo. Alonso se acercó a él y yo no hice nada por evitarlo. Él escuchó atentamente y luego apuntó con el auricular hacia mí. Me acerqué todavía pensando que podía ser el acosador. Dije aló tímidamente.<br /> –Ya que no me llamas, te llamo yo.<br /> –Lo iba a hacer hoy.<br /> –No te creo, pero no importa. No llame para pelear contigo.<br /> –A mí no me gusta pelear con nadie.<br /> –No te gusta hacer nada con nadie… Quiero hablarte de otra cosa.<br /> –¿De Octavio?<br /> –No, de ese antipático, no… ¿Has sabido algo de él?<br /> –Nada en concreto.<br /> –Estás más misterioso que de costumbre… Hablemos de mañana, mejor.<br /> –Mañana.<br /> –Sí, de nuestro viaje a la playa.<br /> –Estoy escuchando que está empezando a llover. De seguro va a llover todo el fin de semana.<br /> –No me importa. Nos quedamos en el departamento, acurrucados. ¿Te parece?<br /> –En ese caso nos quedamos en mi cuarto.<br /> –Allá, aunque llueva, tenemos vista al mar. No seas fome.<br /> –Me es inevitable.<br /> –No seas aguafiestas, entonces.<br /> –Es casi lo mis…<br /> –Mañana te la hago fácil. Dime a qué hora te paso a buscar a tu casa.<br /> –Tú no sabes donde vivo.<br /> –Sé, más menos. Ahora dame tu dirección.<br /> –San Nicolás 1178.<br /> –Con eso me basta. A qué hora pasó.<br /> –Rita llega los viernes como a las nueve. Después de eso pasa.<br /> –Ya, pero espérame listo. No me gusta mucho manejar de noche.<br /> –De noche y con lluvia. Quizás debiéramos pensarlo.<br /> –Tú maneja, entonces.<br /> –No sé hacerlo.<br /> –Mira tú, cómo te voy conociendo. Qué otras sorpresas me guardas.<br /> –No sé nadar.<br /> –Sigue.<br /> –No sé andar en bicicleta y el sexo no me atrae.<br /> Tuve que despegarme del oído el auricular debido a la exagerada risotada de Karla.<br /> –También eres bromista…<br /> –No lo soy.<br /> –…Me enterado de mucho para una simple llamada. Allá en la playa nos conoceremos más.<br /> –Es probable.<br /> –Chao, un beso. Descansa esta noche que en la playa te sacaré el jugo.<br /> Ahora escuché tan solo una risita. Sentí el mordisco en el cuello justo cuando colgué. Me estremecí entero.<br /> –De mañana no pasas –vaticinó muy sonriente Rita.<br /> –Es probable –le contesté, y la besé en la boca.<br /> –Acuérdate que me tiene que contar todo.<br /> –Como siempre.<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1160272764165590502006-10-07T21:58:00.000-04:002006-10-07T21:59:24.203-04:00Otro capítuo de La mano pequeña<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><div align="justify"><strong>Miércoles 28 de Julio:<br />La paloma inquieta<br /></strong><br /> Esa mañana cuando fui a dejar a Alonso al colegio, me quedé en la puerta viendo cómo los demás alumnos entraban. Vi a los padres despedirse de sus hijos. En su mayoría eran mamás. Y todas ellas, al parecer por sus ropas, trabajaban fuera de la casa. Sin duda un gran esfuerzo. Debe ser por eso que me enterneció tanto ver a los papás con sus niños. Incluso ellos fueron más cariñosos que las mamás. Jugaban con los niños brevemente, una broma o un tirón de pelos, tonteras masculinas, y luego los abrazaban y besaban como si no los fuesen a ver más. Muchos de esos hombres, supongo, encuentran la válvula de escape en sus hijos. ¿Válvula de escape de qué? De la masculinidad. De la rudeza. Del hombre sin sentimientos, trabajador y proveedor. Del estereotipo de macho. De la mirada de que el mundo es malo y hay que moverse con astucia y firmeza dentro de él. En ese momento en que su retoño lo abraza y se va mochila al hombro rumbo a clases, se olvidan del papel que les tocó interpretar. En ese instante son vulnerables. Se despiden de ellos y se arreglan la corbata, miran hacia los costados, toman su maletín y se retiran muy serios.<br /> Le había entregado una copia de mi cuento a Alonso. Él es mi primer lector. Y su opinión es la más importante para mí. Él ve cosas que nadie más aprecia. Alonso durante el trayecto al colegio había leído la primera de las tres hojas que les pasé.<br /> Los papás se retiraron. Alguien se me acercó por el lado. Era Trinidad.<br /> –Me he enterado que usted es profesor de castellano.<br /> –Sí, alguna vez trabajé con niños.<br /> –Podría trabajar con nosotros.<br /> –Pero estamos a mitad de año.<br /> –En pleno proceso de selección para el próximo año. El lunes hay entrevistas. Lo espero después que deje a su sobrino.<br /> –Mi currículo no es muy impresionante.<br /> –Hay más cosas que se consideran aparte del currículo. Lo espero el lunes.<br /> Trinidad me sonrió y me sentí incómodo. Sólo me despedí con un tibio gesto de cabeza. La sola posibilidad de volver a las aulas me había emocionado de sobre manera. Sólo un año estuve haciendo clases y resultó ser muy importante para mí. Fue en un colegio de Cerro Navia. Le hice castellano a un quinto básico. Los niños, al principio muy huraños, terminaron respetándome. No sé si queriéndome, pero algo de cariño había. Muchos de ellos no estaban acostumbrados a que los trataran bien.<br /> No seguí con mis clases pues Alonso sufrió una crisis depresiva profunda. Entró al colegio y no podía soportar la idea de no ser igual al resto. Su mano pequeña no era lo único que lo hacía distinto. Los demás niños parecen no tener corazón, me explicó un día entre medio de un fuerte llanto. Decidí dedicarme a él y sólo trabajar esporádicamente con mi tío. Alonso, salvo la angustia que le provocaba lo de la obra teatro, se había sentido mucho mejor desde entonces, por lo que la posibilidad de volver a hacer clases me entusiasmó. Era un colegio particular, es cierto, pero los niños no tienen la culpa de tener plata o no, siguen siendo niños a secas.<br /> Tanto Trinidad como yo no nos habíamos movido. Me sorprendí al verla después de volver de mis cavilaciones. El lunes me pareció lejano y el año entrante me resultó simplemente inalcanzable. Trinidad esperaba algo de mí. Un comentario o quizás una despedida más formal.<br /> –Podríamos empezar con un taller literario.<br /> –No es mala idea, Tomás. ¿Tiene experiencia literaria?<br /> –Algo. Escribo. He ganado algunos concursos.<br /> No mentía. Había ganado un par de premios municipales, tanto en cuento como poesía. Jamás le conté a nadie y la plata ganada la deposité en la cuenta de Alonso. Obviamente ignoré las ceremonias de premiación. Aduje, en ambos casos, una enfermedad de cuidado.<br /> –Usted es una caja de sorpresas. El lunes también hablaremos de ello, pero estamos a mitad de año y hay un presupuesto…<br /> –El taller lo haría gratis.<br /> –No es mi intención que usted trabaje gratis.<br /> –No se preocupe. Por mis clases de castellano, si es que llego a quedar, le cobraré caro.<br /> Trinidad se rió y se me acercó. Me besó la mejilla aún riéndose. Lo mío no fue un chiste, pero siempre me pasan cosas similares.<br /> A pesar de mi buen ánimo no me atreví a caminar por la vereda de la animita. La miré y sentí un fuerte escalofrío. Casi el mismo que había sentido el día que almorcé con Karla. Me acordé de ella y prometí llamarla en algún momento del día. Recordé al obrero de la construcción y supuse que a lo mejor lo iban a enterrar en unas horas más. Fue un suicidio, de eso no cabe duda. Me es difícil explicarlo, pero lamentablemente logro percibir la pena profunda en la gente. Esa pena, al menos por unos instantes, la hago mía. No es agradable ese tipo de empatía. Sospecho que mi sobrino le pasa lo mismo. Y lo de él es peor. Empatiza, además de las personas, con los animales o cualquier ser vivo.<br /> Pasé la mañana entera y parte de la tarde también, leyendo a una poeta polaca ganadora del Nobel. Szymborska. Prometí escribir un poema en su estilo. No se veía tan difícil, pero eso mismo me aseguraba que sí lo era. Almorcé liviano y fui a buscar a Alonso. Regresamos a la casa en silencio. Mientras yo llamaba por teléfono y pedía comida china, él se cambió ropa y ligeramente llegó al living. Lucía una cara de urgencia, de urgencia de contarme algo.<br /> –Tres cosas. Leí tu cuento, una paloma estuvo largo rato sobre el tejado de mi colegio y tengo una pregunta importante que hacerte.<br /> –Empieza por lo de la paloma, si quieres.<br /> –Bueno. Por ahí iba a empezar. La profesora dejó la puerta de la sala entreabierta y por ahí pude ver cuando llegó la paloma. Estábamos en Artes Plásticas. Mi dibujo ya lo había terminado hace rato y me dediqué a mirar la paloma.<br /> –Cómo era.<br /> –Blanca y con el pecho negro. La paloma desde el principio se veía inquieta, se movía de un lado para el otro, y en ese momento me acordé de las vacas de tu cuento.<br /> –Es rara la asociación.<br /> –Las palomas son inquietas. Jamás se quedan tranquilas. Las vacas, salvo su cola, son verdaderas rocas. Pero esta paloma estaba más inquieta que el resto.<br /> –A lo mejor sentía hambre.<br /> –Eso mismo pensé y saqué un pedazo de pan de mi colación y lo eché en mi bolsillo de la cotona. Luego le pedí permiso a la profe para ir al baño. Yo nunca pido permiso para ir al baño. Creo que fue mi primera vez. La profesora se sorprendió un poco, pero me dio permiso. Caminé por el corredor y me acerqué lo que más pude a la paloma. Ella estaba justo arriba mío y no le molestó mi presencia.<br /> –¿Le diste pan?<br /> –Migas, muchas migas. Se las lancé y algunas incluso rebotaron en su cuerpo, pero la paloma las ignoró.<br /> –¿Y mis vacas?<br /> –Tus vacas son el miedo al monstruo, pero un monstruo muerto. Ella no hicieron nada para atemorizar al niño. Sólo su gran tamaño lo asustaba. Las palomas, en cambio, cuando se comportan de manera normal, no asustan a nadie, pues son pequeñas. Para asustar tienen que hacer algo anormal.<br /> –Como ignorar las migas.<br /> –Eso mismo. Obviamente la paloma no tenía hambre, o no le importaba comer. Eso es muy inusual. Los animales y las aves comen cuando pueden, no cuando quieren.<br /> –Los leones comen sólo cuando cazan. Pueden pasar varios días entre comida y comida.<br /> –Las leonas son las que cazan.<br /> –Es verdad. La paloma…<br /> –Siguió inquieta. Y me asusté. No sé. No sabía cómo ayudarle y me asusté. Para peor sonó el timbre y todos salieron a recreo. Me quedé ahí. No miré a la paloma para que los demás no la miraran tampoco. Había un barullo enorme, pero la paloma no voló a ninguna parte. El recreo terminó y todos se entraron. Yo me senté en el piso y cerré los ojos.<br /> –¿Cerraste los ojos?<br /> –Sí, como el niño de tu cuento. Creí que era una buena solución. Si no hubiese leído tu cuento no lo abría hecho. Me senté y cerré los ojos esperando dormirme para luego despertar y darme cuenta que todo había pasado.<br /> –En este caso que la paloma no estuviese.<br /> –O que estuviese moviéndose sin tanta desesperación.<br /> –Y qué pasó.<br /> –Llegó la profe a buscarme y le expliqué mi problema.<br /> –Ella no te entendió.<br /> –No sé si entendió, pero se quedó un rato conmigo y me hizo cariño. Dijo también que quería leer tu cuento. Yo le dije que te iba a preguntar primero. Al rato llegó otra paloma. Era una paloma entera de negro.<br /> –Como las vacas.<br /> –Sí, pero sin manchas blancas. Las palomas se quedaron mirando. La paloma inquieta dejó de moverse. Las dos se fueron volando, pero primero picaron algo de las migas que yo había tirado.<br /> –La estaba esperando. La paloma negra llegó tarde a la cita.<br /> –Eso mismo me dijo la profesora y nos fuimos a la sala.<br /> –Es una gran historia.<br /> –Puede ser. Sólo sé que me pasó.<br /> –Fue un final feliz.<br /> –Sí, parece. No como en tu cuento. Sentí pena cuando lo terminé de leer.<br /> –Al menos no murió nadie.<br /> –Quedarse dormido con miedo es terrible. Es una pesadilla, pero despierto o casi dormido… Me enredé.<br /> –Te entiendo perfectamente.<br /> –El otro niño, Juanito, también me dio pena. No tenía papá y el paseo no le pertenecía. Sintió tanto miedo que no podía después mirar a su amigo.<br /> –Verdad, no lo había pensado. Pedí comida china.<br /> –No pediste pato. Yo no como patos.<br /> –Arroz y chap sui de verduras.<br /> –Vale.<br /> El resto de la tarde me la pasé releyendo a Szymborska y escribí un poema sobre una chica provinciana que vive una aventura con un hombre algo mayor que ella. Esa historia la tenía apuntada hace unos meses y la escuché entre las estaciones de metro El Llano y Los Héroes. Ella, la chica provinciana, se la contaba a su amiga capitalina. Me acordé de Karla abruptamente y decidí regalarle unos poemas. Aún así no me dio el ánimo como para telefonearla.<br /> El sol se escondió y Alonso apareció en el living. Venía con un cuaderno en las manos. Prácticamente sin conversar hicimos un par de tareas. Alonso cerró el cuaderno lentamente y con su mano pequeña se rascó la barbilla. Me causó gracia ese gesto. No se lo había visto antes.<br /> –No te hice la pregunta importante.<br /> –Es verdad. Estoy preparado.<br /> –¿Puedo mostrarle tu cuento a mi profe?<br /> –No sé. Tú sabes que no me gusta mostrar mucho mis cosas.<br /> –Es que yo, cuando le expliqué lo de la paloma, le hablé de las vacas y de tu cuento.<br /> –Bueno, en ese caso sí. No quiero que ella piense que eres un mentiroso.<br /> –Encuentro tonto mentir.<br /> –Yo lo hago muy poco, pero nunca contigo.<br /> –Siempre se termina sabiendo todo.<br /> –Estoy armando una especie de libro de poemas para regalárselo a una mujer.<br /> –¿A mamá?<br /> –No. Trabaja con mi tío. Se llama Karla.<br /> –¿Es tan linda como mamá?<br /> –Es linda, pero nunca como tu mamá. Ella es la más bella de todas.<br /> –¿La quieres más que a mamá?<br /> –No. La conozco hace poco. Me cae bien…<br /> –Pero le vas a regalar un libro de poemas. Se van a casar.<br /> –No, no, no…<br /> –De qué hablan –interrumpió Rita, y su abrigo negro lo lanzó en el sillón grande del living. Alonso corrió a su encuentro y la besó. Rita me tiró un beso aéreo y yo le contesté con idéntico gesto. Me sentía incómodo, como si tuviese un amante y me hubiesen atrapado.<br /> –Tomás le va a regalar un libro de poemas a una mujer –dijo Alonso.<br /> Rita me miró sonriente y me encogí de hombros.<br /> –Entonces te la vas a tirar –comentó Rita.<br /> –Quizás –contesté.<br /> –Regálale el libro justo antes de que se vayan a la cama. Te lo va a agradecer con creces.<br /> Rita se acercó a mí y me besó en los labios. El teléfono repicó. Sólo yo me quedé mirando el aparato. Claramente podía ser Karla. Decidí no contestar.<br /> </div></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1158804537153119242006-09-20T22:08:00.000-04:002006-09-28T21:53:04.730-04:00Salí en la tele<div align="justify">A ella la conocí hace menos de un año. Yo venía llegando de Iquique. En el Norte trabajé de reponedor en un supermercado durante cinco años. Me pillaron comiendo un paquete de galletas. Decidí volver a la casa de mamá por un tiempo. Un vídeo delató mi falta. Salí en la tele todo despeinado. Por eso me echaron del trabajo: por manilarga y chascón. Llegué a Santiago y mi hermano se casó a la semana. Sólo en la iglesia conocí a mi cuñada. Se veía hermosa. Lo primero que conversé con ella, durante la fiesta, fue sobre el motivo de me venida del Norte. Se rió con gracia. Mi hermano llegó a nuestro lado y la abrazó. Llegó tarde: ya me había enamorado. Vivimos todos juntos: mi mamá, mi hermano, mi cuñada y yo. Al mes encontré pega de jornal. Al sexto mes le confesé mi amor a ella. Mi cuñada me contestó con una fuerte cachetada. Al mes ella encontró a mi hermano con otra. Él la besaba apasionadamente en un callejón cerca de nuestra casa. Eso me lo contó ella. Sácame de aquí, me pidió. Y la llevé a dar una vuelta al centro. Anduvimos por Huérfanos, cerca de mi pega. Terminamos en un motel que cobraba cinco lucas las tres horas. Yo nunca había sido más feliz. Ella perdonó a mi hermano apenas volvimos a casa. Discutieron y luego se besaron. Mi mamá me miró con cara de enojo. La vieja nunca fue tonta. A los tres días volvimos al mismo motel. Ella llevaba una cámara grabadora. Es para divertirnos, me dijo. Y cómo nos divertimos. Otra vez fui feliz. Mi hermano volvió a engañarla. Él le dijo a mi cuñada que no podía evitarlo. Ella en venganza le mostró el vídeo del motel. Volví a salir en la tele. Mi hermano se volvió loco. Me buscó por toda la casa. Me encontró en la cocina. Tomó un cuchillo enorme. Maricón, me gritó. Primero apuntó el cuchillo hacia mí, pero al final él se lo clavó en el estómago. Esto fue hace una semana. Ella se fue sin decir a dónde. Mi mamá me echó de la casa. Y yo estoy aquí: en la losa de un décimo piso de un edificio en construcción para hacer lo único digno que me queda por hacer.</div>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1156476920368283602006-08-24T23:31:00.000-04:002006-08-29T23:10:14.550-04:00Y apenas escalo tu cuerpo (versión mejorada)<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" width="100%" unselectable="on"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"></td></tr><tr hb_tag="1" unselectable="on"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table><blockquote id="1c22e8c5"><table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off">(Los Quesos es un nuevo grupo. La letra es mía. Ahora pido imagínarsela con un toque más blusero)<br /><strong></strong><br /><strong>Y apenas escalo tu cuerpo</strong><br /><br />Camino lento como tú<br />Visto de negro gris o azul<br />Nada muy especial<br /><br />En mi vida no hay hazañas<br />No conozco las montañas<br />Me cuesta respirar<br /><br />Y apenas escalo tu cuerpo<br />Y apenas recibo tu aliento<br /><br />Mi camisa se seca al sol<br />Trago pollo con arroz<br />Me aburre la T.V.<br /><br />Timbro hojas de nueve a siete<br />Viajo en micro para verte<br />y decir cómo estás<br /><br />Y apenas escalo tu cuerpo<br />Y apenas recibo tu aliento<br /><br />En mi pared no hay diplomas<br />En mi cielo no hay palomas<br />Nunca puedo rezar<br /><br />Lejos vuela Superman<br />Sólo te puedo alcanzar<br />si me logro estirar<br /><br />Y apenas escalo tu cuerpo<br />Y apenas recibo tu aliento<br />Y apenas escalo tu cuerpo<br />Y apenas me siento por dentro<br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table></blockquote>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1156298259521339022006-08-22T21:54:00.000-04:002006-08-22T21:57:39.540-04:00Y apenas escalo tu cuerpo<p><em>imaginar la canción con una lenta melodía:</em></p><p><strong>Y apenas escalo tu cuerpo</strong></p><p><strong>(Los Quesos)</strong><br /><br />Camino lento como tú<br />Visto de negro gris o azul<br />Nada muy especial<br /><br />En mi vida no hay hazañas<br />No conozco las montañas<br />Me cuesta respirar<br /><br />Y apenas escalo tu cuerpo (bis)<br /><br />Mi ropa secándose al sol<br />Un poco de pollo y arroz<br />Me aburre la T.V<br /><br />Trabajo de nueve a siete<br />Viajo en bus para verte<br />Evito la lluvia<br /><br />Y apenas escalo tu cuerpo (bis)<br /><br />En mi pared no hay diplomas<br />Bebo café sin aroma<br />Me cuesta bailar<br /><br />Qué lejos está Superman<br />Sólo te puedo alcanzar<br />si me estiro<br /><br />Y apenas escalo tu cuerpo (bis)<br /><br />Mi ropa secándose al sol<br />Un poco de pollo y arroz<br />Me aburre la T.V</p><table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1155161126119509882006-08-09T18:02:00.000-04:002006-08-09T18:05:26.156-04:00capítulo 3, la mano pequeña<strong>Lunes 26 de Julio:<br />Corazón roto<br /></strong><br />El colegio de Alonso queda a dos cuadras de nuestra casa. Es un colegio de monjas españolas, monjas bastante progresistas por lo demás. Aceptaron a mi sobrino a pesar de no ser hijo de un matrimonio católico y de sus dos apellidos iguales. Creo que el documentar la tarifa anual a principio de año también tuvo que haber influido. Todos llaman a la directora como Madre Trinidad, yo sólo le digo Trinidad y ella no se espanta. Es una mera formalidad, me dijo ella.<br />Entre nuestra casa y el colegio se ubica una animita. Apareció para el verano, cuando con Rita y Alonso nos fuimos por un mes a Iquique. Nunca supimos quién la puso y tampoco nos enteramos del muerto. La animita no tiene nombre, sólo la imagen de una virgen y el concho de un par de velas.<br />–Creo que los fantasmas no debieran usar sábanas –me dijo Alonso apenas superamos a la animita.<br />–Ah, no –dije sin pensarlo. Había sentido un pequeño escalofrío y no encontraba el motivo de ello.<br />–Algo más original. Le diré a la profe que los fantasmas se pinten la cara de blanco.<br />–Como los mimos.<br />–Sí, pero mis fantasmas hablan.<br />Alonso se quedó callado. Habíamos llegado el colegio. Los niños entraban y mi sobrino no hacía ademán ninguno de imitar el rumbo de sus compañeros. Al igual que el día anterior, seguía preocupado.<br />–No me gusta hacer Educación Física, Tomás.<br />–A mí tampoco me gustaba. Lo encontraba estúpido.<br />–El profe me trata de forma distinta. Hago otros ejercicios.<br />–Por qué.<br />–Él me dice que podría dañarme la mano.<br />–Tu mano está bien, nada te duele.<br />–Lo sé, pero él cree que se me va a quebrar si me apoyo en ella.<br />–Pediré hablar con él.<br />Alonso me besó en los labios y entró caminando lentamente al colegio. Encontré a la directora y le expliqué el problema de mi sobrino.<br />–Venga el jueves a mediodía y lo hablamos en conjunto con el profesor –me dijo ella, y me sonrío.<br />Las mujeres en general, cuando hablo con ellas, terminan las frases sonriéndome. Incluso la monja Trinidad. Ella es una mujer que debe bordear los cuarenta años. Es delgada y tiene unos ojos celestes que ya los quisiera cualquier modelo. Me incomoda que las mujeres me traten así. Yo nunca trato de seducirla o algo parecido. Mi trato es formal, educado. Ellas dicen que soy simpático. Eso es falso. Creo que los demás hombres son tan idiotas que basta con no hablarles con groserías a las mujeres para marcar la diferencia. Me despedí de Trinidad con un beso en la mejilla. Así me despido siempre de las mujeres. No he visto que la directora se despida con nadie de beso. Quizás todo este tiempo me he excedido.<br />Demoré en subir a algún vagón del metro. Iban llenos y odio las multitudes. Me senté junto a la ventanilla y frente mío venían dos niños de unos doce años. Uno de ellos era flaco y de pelo largo. Y el otro también flaco, pero de pelo muy corto. El del pelo largo contaba una historia terrible, muy difícil de quedar con el corazón indemne después de escucharla. El del pelo corto no lo interrumpía, lo escuchaba atento, aunque en el fondo no le creía nada. Sus ojos lo delataban. Tomé atención y memoricé cada detalle. Más tarde escribiría un cuento y tendría como título: Chitakelindo. El viaje había valido la pena. Me bajé en el centro de la ciudad. Tenía reunión en la agencia de publicidad a la once y recién eran las diez. Decidí tomarme un café y escribir algunas notas en una pequeña libreta que siempre traigo conmigo. Esas notas me ayudarían a escribir el cuento. Ya tenía una idea de cómo agregarle ciertas cosas a la historia original.<br />–Por la tarde leeré unos cuentos de Poe y Cortázar –me dije.<br />El lugar estaba lleno de ejecutivos y señoritas con traje de dos piezas. Todos hablaban muy fuerte, como si fuera una competencia. El sonido de los celulares aportaba otra cuota de ruidos molestos a la atmósfera. Por suerte me es fácil concentrarme y olvidarme del resto. Saqué la libreta y una joven de pelo rojizo se me acercó. La saludé y luego le pedí un té Ceylan con unas tostadas con palta. La joven era muy linda y en su cuerpo se dibujaban varias curvas. Los ejecutivos la miraban de reojo.<br />–Tienes muchos admiradores por aquí –le comenté inocentemente.<br />–Son unos idiotas –se quejó ella. La quedé mirando un rato–. Se tratan de hacer los simpáticos y me pasan sus tarjetas de visitas. Piensan que con su pinta y plata me van a llevar a la cama.<br />Otra cosa que también siempre me pasa cuando conozco mujeres. Me confiesan demasiado, como si yo fuese su amigo del alma. Rita dice que eso me pasa porque yo soy formal y buen mozo. Dice que proyecto confianza. Mis ojos son verdes y mi físico es normal. Rita asegura que mi mirada atrapa, seduce. Ella es así, exagerada.<br />Le sonreí y ella me sonrió algo avergonzada y se retiró. La miré y su andar me recordó a Karla. Karla trabaja en la agencia de publicidad. Tiene mi edad, quizás un par de años mayor que yo, y mueve sus caderas de manera silenciosa cuando camina. Su belleza es obvia, pero no por eso menos atrayente. Hasta ese momento nos habíamos besado en un par de veces. En realidad fue ella quien me besó y yo sólo respondí. En ambas ocasiones fue después de almorzar juntos en algún restaurante del centro. Octavio fue su novio por seis meses. Ella rompió con él porque lo encontraba algo violento. Nunca le pegó a ella. Sólo la palabreaba y más de alguna vez la dejó plantada. Yo no podría tratar mal a una mujer.<br />Octavio ahora está muerto. Yo lo maté. Karla no sospecha de mí.<br />Recibí mi té y las tostadas y para no perder las ideas que estaba escribiendo acabé con todo rápidamente. La estructura del cuento ya la tenía armada. El reloj mural marcaba la once. No quise ponerme en pie en seguida. Sólo por mi tío iba a esas reuniones. Por mí me quedaba en casa leyendo, escribiendo o jugando con Alonso. También me gusta mucho contemplar a Rita. Es la mujer que más me provoca.<br />Llegué algo tarde a la reunión. Todos estaban sentados alrededor de una gran mesa redonda. Y todos tenían frente suyo un bloc de notas y algunas hojas en blanco más un plumón negro. El tío, como siempre y a pesar de mi retraso, me recibió con un fuerte abrazo.<br />–Vamos, siéntate, que te pongo al día al instante –me dijo el tío y se fue al ventanal a hacer un llamado por celular.<br /> Karla, sentada al frente mío, me sonrió y cerró sus ojos al mismo tiempo. Octavio, sentado al lado de ella, sólo me miró de reojo. Él dibujaba algunos garabatos en las hojas blancas sin concentración alguna. O sin la concentración debida, según mi punto de vista. El resto de las personas, al igual que en todas las ocasiones anteriores, me ignoraba. Eso se los agradecía. Nada me importa menos en el mundo que llamar la atención.<br />–Si quieres te cuento en qué estamos –me dijo Karla, y todos los demás nos dedicaron una mínima ojeada antes de volver a sus notas o dibujos.<br />Empecé a jugar con el plumón entre mis dedos mientras la escuchaba. Ella se veía radiante. Sus ojos negros proyectaban más profundidad que de costumbre. La belleza extrema me provoca pena y algo de temor, nunca excitación. Me contó que trataban de construir una idea para una campaña publicitaria. El producto era un pegamento de acción ultrarrápida.<br />–Queremos destacar, eso sí, que pega cualquier cosa en cualquier superficie –puntualizó ella.<br />–Veo que ya te pusieron al día –dijo mi tío al mismo tiempo que cerraba su celular y lo guardaba en alguno de sus bolsillos de la chaqueta.<br />–Sí, pero ando algo lento hoy. No sé si ya han expuesto alguna idea.<br />–Octavio propuso algo –respondió mi tío–. Una especie de torre que se va construyendo lentamente y con distintos elementos.<br />–Un lápiz, una goma de borrar, un pedazo de loza… –alcanzó a enumerar de manera fanfarrona Octavio.<br />–Para alcanzar el más alto rendimiento, sería el eslogan –interrumpió mi tío–. ¿Entiendes, Tomás? Alto.<br />–Se ve interesante, pero me suena algo familiar –contesté con sinceridad.<br />Mi intención no era atacar el proyecto de Octavio. Me daba lo mismo si él se llevaba los honores o no, como también me daba lo mismo el resultado de todas esas reuniones a las que sólo asistía por el cariño que le tengo a mi tío. Y por la plata también. Ese dinero lo depositaba en una cuenta de ahorro a nombre de Alonso. Me gustaría que en el futuro él se pudiera costear sus estudios superiores y/o financiar algún tipo de cirugía reconstructiva de su mano. A mí el tema de su mano no me molesta, pero a mi sobrino sí. La ciencia avanza y puede que en unos años más exista algo que ayude a Alonso. Puede ser su mano pequeña u otra cosa. Se sabe, y me instruido en ello, que las malformaciones tienen procedencia congénita y es habitual que los problemas no sean aislados. O sea, cualquier otra parte del cuerpo podría no estar bien. Un músculo, un hueso, una vena. A veces se tarda años en descubrirlas. Quiero que Alonso tenga cualquier problema financiero resuelto de ante mano.<br />–Hay un spot gringo en que aparece esa idea desarrollada –dijo alguien del grupo.<br />–Cuál spot, específicamente –rebatió con cierta agresividad Octavio.<br />La discusión continuó, pero yo me aislé de ello. Traté de pensar en lago. Mal que mal por eso mi tío me pagaba. Habían pasado varias semanas en que yo no aportaba mucho. Recurrí a los motivaciones principales del ser humano: el amor y el sexo. La imagen principal llegó a mí lentamente, y más lento aún pude armar el resto.<br />–Un corazón roto –dije, y la atención se centro en mí–. La imagen de un corazón roto será nuestra apuesta. Es una imagen universal, todo el mundo la entiende. Basta mostrar a una linda mujer que descubre a su pareja besando a otra mujer. Primer plano a su cara y luego aparece el corazón roto. Un corazón rojo, algo opaco. Luego aparece nuestro pegamento y pega el corazón, ahora es un corazón brillante, palpitante. Pega hasta lo imposible, podría ser el lema.<br />–Además es fácil crear una campaña entera con esa idea –comentó mi tío–. Es cosa de mostrar rompimientos de pareja, desilusiones. Se puede hacer en cine, muy creíble, y en el clímax de la escena aparece nuestro pegamento. Le dará un efecto cómico e inolvidable.<br />–Cada vez que alguien tenga problemas amorosos se acordarán de nuestro pegamento –comentó Karla–. Es una gran idea.<br />La discusión continuaba. Yo me levanté y me fui con mi tío hacia el lado del ventanal.<br />–Ya tenemos algo que mostrarle al cliente –dijo el tío mirando un edificio en construcción que se ubica frente al ventanal.<br />–Sí. Ellos encontrarán la mejor forma de presentarlo –dije apuntando hacia la mesa.<br />–No te preocupes. Hacen bien su trabajo.<br />El tío se echó un chicle a la boca. Había dejado hace poco de fumar, por recomendación médica, y ése era su nuevo vicio.<br />–Debes tener cuidado con Octavio –me advirtió el tío sin dejar de escrutar el edificio en construcción.<br />–No te entiendo.<br />–He notado que le gustas a Karla. Ella tampoco te es indiferente.<br />–Me atrae, pero no como ella quisiera.<br />–Da lo mismo. Octavio es un cascarrabias, tiene el corazón roto y eso unido a los celos…<br />Mi tío alargó la última palabra hasta convertirla en un soplido. Miré el edificio en construcción y distinguí a un obrero que se mantenía totalmente quieto en una orilla de la loza más alta. Sus demás compañeros de trabajo se movían de un lado para otro. Parecía que nadie se hubiese percatado de él.<br />Almorcé con Karla en un restaurante vegetariano ubicado cerca de la oficina. Yo quería volver a casa a leer a Poe y a Cortázar, pero ella insistió y no pude rechazar la invitación.<br />–Este fin de semana mi prima me pasa el departamento en la playa.<br />–Dónde queda.<br />–Te lo he dicho varias veces, en El Tabo. Tiene una vista preciosa.<br />A Karla le sienta muy bien la alegría. Yo he sonreído un par de veces frente al espejo y creo que me veo horrible.<br />Karla se levantó a saludar a una amiga a una mesa vecina. Vi como los hombres la seguían con la mirada. Siempre me ha extrañado el fuerte impulso sexual que se provocan entre los seres humanos. Los animales sólo responden al deseo en tiempos de celos. Algo muy bien delimitado. Karla es bellísima. Admito que tiene un cuerpo muy sexy, pero me costaba un mundo imaginarme con ella en una cama teniendo sexo. Dormir abrazados me era una imagen fácil de ver. Karla y su amiga se quedaron mirándome. La amiga algo le dijo al oído a Karla y ambas se rieron con ganas. Sentí un escalofrío. Me angustié al instante. Miré a la calle y vi a una muchedumbre correr con desesperación. Karla llegó a mi lado e instintivamente apunté hacia fuera.<br />–No veo nada –dijo ella.<br />–Están corriendo.<br />–Van apurados, como todos. ¿Te sientes bien?<br />–Sí, pero tengo irme.<br />Me levanté y busqué dinero en el bolsillo trasero de mi pantalón. Nunca he usado billetera o algo parecido.<br />–¿Vamos a ir a la playa? –me preguntó Karla bastante contrariada.<br />–Sí, no te preocupes –dije, y dejé un par de billetes sobre la mesa.<br />Karla me tomó de la mano y me acercó a ella. Me besó tiernamente en los labios.<br />–Te llamo y nos ponemos de acuerdo –me dijo cuando me soltó.<br />Asentí o le dije que sí u ok. El caso es que salí a la calle y pude respirar mejor. Ya sabía donde tenía que ir. Caminé algo más rápido de lo normal y luego de cinco minutos me detuve frente al edificio en construcción que se veía por el ventanal de la oficina de mi tío. Una ambulancia y muchos carabineros corrían de un lado a otro.<br />–Yo vi cuando iba cayendo –me dijo un hombre canoso y encorvado.<br />–Yo lo sentí –atiné a decir antes de darme media vuelta.<br />Caminé hasta mi casa.roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1153275452905918072006-07-18T22:15:00.000-04:002006-07-18T22:17:32.963-04:00Capítulo 2. La mano pequeña<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><strong>Domingo 25 de Julio:<br />Debe ser lindo ser por un instante un pato muerto<br /></strong><br />Un par de rayos de sol se posaron sobre mi cara, escuché a lo lejos una entrecortada risita y tuve esa leve sensación que debe sentir el que descuidadamente camina por entre los durmientes al oír el silbido apocalíptico del tren. Me alegré de saber que era un día lindo. Aclaro que no escuché a ningún pajarito cantar ni nada parecido, aunque la risita de mi sobrino no tiene nada que envidiar en musicalidad a un canto de un canario, por ejemplo. Había llovido mucho los días anteriores y si no llovía hacía un frío endemoniado. Me carga el sol en verano, pero en invierno es un regalo, una especie de ampolleta amarilla que, aunque no caliente mucho, ilumina los posibles caminos. Es una especie de papá-faro. La habitación estaba tibia. La estufa de combustión lenta que habíamos instalado justo entre el living y el comedor a principio de mayo, funcionaba muy bien. Antes de acostarnos se llenaba de leña y se ponía el regulador casi al mínimo. Por la mañana la leña ya se había consumido, pero el calor aún no se disipaba de la casa. Había que tener, eso sí, el cuidado de cerrar la puerta que da a la cocina y dejar abiertas las puertas de las piezas. La cama se hundió al costado derecho mío y empecé a rodar lentamente hacia ese lado. Abrí los ojos y estiré mis brazos. Di un largo bostezo.<br /> –Pareces un oso –dijo Alonso con su nariz a diez centímetros de la mía.<br /> –Si fuese un oso ya te habría comido –dije refregándome los párpados–, o por lo menos ya te habría dado un zarpazo.<br /> –Dije que “parecías” un oso, no que lo eras.<br /> –Y tú pareces un tapir.<br /> Alonso no emitió ningún comentario a pesar de que él no tenía idea de lo que era un tapir. Si algo no le interesa, no lo pregunta. No es un curioso profesional, como yo.<br /> –Quiero ir al parque –rogó Alonso sentándose sobre mi estómago.<br /> Yo miré hacia la ventana. Por el ángulo en que entraban los rayos de sol entendí que era temprano, un poco más de las ocho, nunca más de las ocho y media.<br /> –Si dormimos un rato más, vamos.<br /> Alonso saltó a mi lado y se metió bajo las sábanas con el mismo apuro con que un bombero se viste al escuchar la chicharra. Me di vuelta hacia la izquierda, hacia la pared que no tenía ventana, y sentí cómo mi sobrino se acurrucaba junto a mí. Antes de cinco minutos se durmió. Yo no lo hice. Sentirlo respirar regularmente a mi espalda es un regalo que no puedo desaprovechar. Yo sabía que Alonso tenía sueño. Rita había regresado a casa no antes de las tres de la mañana. Él nunca duerme a pierna suelta hasta que su mamá no llegue a casa y lo bese en la frente. Rita había tenido una cita con el nuevo pololo de entonces. Llevaban dos semanas de idilio y se veía algo desencantada con esa relación. El motivo del desencanto todavía yo no lo sabía. Alonso durmió profundamente durante dos horas y luego fui yo quien, a través de cosquillas en las plantas de los pies, lo despertó.<br /><br /> Mientras desayunábamos con mi sobrino apareció Rita desde su pieza. Nuestra casa posee tres amplios dormitorios. He vivido toda mi vida en esta casa y no me imagino vivir en otro lado. Alonso ocupa la pieza que era mía, Rita no ha cambiado de pieza jamás y yo duermo en la que era de mis padres. Mi pieza de ahora es un poco más grande que las demás y en ella instalé un escritorio con mi computador. Rita venía muy despeinada y creo que fue el olor a café el que la atrajo hasta la mesa. Ella es fanática del café y no entiendo cómo puede dormir en las noches. Alonso se empezó a reír de su mamá mientras cuchareaba un plato con cereal y leche. Imagino que las ojeras y el pelo despeinado de Rita fue lo que le causó gracia. Mientras le servía una taza de café a Rita, ella pudo por fin separar la lengua del paladar.<br /> –No vuelvo a salir con Ricardo –sentenció, y se bebió la mitad de la taza. Hizo un gesto de dolor, luego se paseó la lengua por sus labios y bebió un sorbo pequeño.<br /> Alonso trataba vanamente de equilibrar su cuchara en el borde de su plato.<br /> –¿Y qué pasó ahora? –pregunté.<br /> Rita estaba esperando esa pregunta para poder seguir hablando. A veces creo que nos parecemos a esas parejas de cómicos en que uno es el soporte del otro para que este último diga su parlamento.<br /> –Acaba muy rápido.<br /> La cuchara de Alonso cayó sobre el plato y mi sobrino al tratar de evitarlo sólo logró agudizar el golpe de la cuchara contra el líquido y terminó con su cara bañada en leche. Le pasé una servilleta y él se limpió con un dejo de molestia contra si mismo.<br /> –A lo mejor estaba nervioso –especulé en defensa de Ricardo, a quien no tuve el honor de conocer.<br /> –Tres veces nos encamamos y siempre fue lo mismo –Rita me acercó su taza y yo se la llené con más café. Bebió un sorbo largo y chasqueó la lengua de dolor–. No sirve. Quedo en el aire.<br /> –Es buen mozo, por lo que me contaste.<br /> –Sí, lo es, y tiene un pito enorme. Parecía perfecto.<br /> Alonso terminó su plato y caminó hacia la cocina. Volvió con un plátano a medio descascarar. Se sentó en las faldas de Rita y entre los dos, mascada por medio, se comieron el plátano. Miré por el ventanal y noté que el día seguía despejado. Escuché el doblar de las campanas de la iglesia ubicada a dos cuadras de nuestra casa.<br /> –Iré a misa a pedirle a Dios que me mande un novio de los buenos –Rita sonrió, y luego le dio un jugoso beso en la mejilla de Alonso. Mi sobrino se limpió con el dorso de la mano y se bajó de sus faldas, caminó hacia el ventanal y se quedó mirando hacia fuera.<br /> –A San Antonio se le piden novios –dije, y mastiqué por fin mi tostada con palta.<br /> –Para qué hablar con una oveja si se puede hablar con el pastor –Rita soltó una pequeña risa, se enderezó y se inclinó hacia mí. Me besó tiernamente en los labios y se puso de pie– . Me conformo con alguien que no sea feo, con un pito enorme, eso no lo transo, y que sea muy imaginativo y “durativo” en la cama.<br /> Miré a Alonso y noté lo bello que se veía a contraluz. Usaba el pijama con caritas del ratón Mickey dibujadas por todos lados. Su pelo castaño brillaba mucho más que otras veces.<br /> –Mi hijo es un príncipe –comentó Rita todavía de pie junto a la mesa.<br /> –Y para tu tranquilidad tiene el pito grande.<br /> Rita creyó que era una broma y rió de buenas ganas. Se despidió con un chao que reverberó tanto en living como en el comedor y desapareció tras la puerta de su pieza. Eso me pasa muy seguido, comento obviedades o menciono algún dato insulso y la gente reacciona como si yo hubiese dicho algo muy ingenioso. Es raro que mi hermana caiga también en ese juego. No era posible que ella a esa altura no se haya cuenta de lo bien dotado que estaba su hijo. Deben ser cosas de mamá, pensé.<br /> Los rayos de sol que entraban por el ventanal hacían que mi sobrino frunciera el ceño y entrecerrara los ojos. Tenía su mano pequeña levantada hacia la luz con la palma abierta sobre su cabeza.<br /> –El sol hace crecer las plantas –aseguró con la suficiente fuerza para que yo lo escuchara.<br /><br /> A pesar de que el cielo estaba despejado, hacía frío afuera. Era temprano todavía para ir al parque así que invité a Alonso a sacar limones. Puse la escalera tijera bajo el árbol y arranqué el primer limón.<br /> –¡Fuera abajo! –grité, y solté la fruta.<br /> Alonso persiguió al limón y lo atrapó antes de que éste dejara de moverse, luego lo echó a un canasto de mimbre que descansaba al lado de un joven naranjo que recién el fin de semana anterior habíamos adquirido y plantado. Nada hacía presagiar algo malo. Todo parecía perfecto. Pero luego solté otro limón y éste cayó sobre la cabeza de mi sobrino. Era un limón grande y se notaba algo verde. Alonso aguantó el dolor un par de segundos, luego se sobó la cabeza con la mano pequeña. Él es diestro, escribe con la mano derecha, pero para varias cosas usa su mano izquierda, la más pequeña.<br /> –No me dolió –me mintió, y se puso en posición para seguir atrapando limones, pero esta vez se alejó a una distancia más prudente de mí.<br /> Sacamos muchos limones y los dejamos en la cocina. Mientras Rita preparaba el almuerzo, junto a mi sobrino nos fabricamos una limonada gigante. La hicimos en un jarro que tiene capacidad para dos litros.<br /> –Debieran tomar café –nos increpó falsamente Rita–, con el frío que hace.<br /> Ella se veía pálida y era natural que su cuerpo no sintiera calor. Una trasnochada puede dejarte así durante todo el día. Por eso mismo siempre he evitado las trasnochadas y beber alcohol. Prefiero estar el mayor tiempo posible sano y lúcido.<br /> Nos tomamos con Alonso toda la limonada. Cabe mencionar que él antes de beber el primer sorbo, llenó una taza con limonada y la puso a calentar en el microondas. Luego la puso frente a Rita. Ella le dio las gracias y se la bebió al seco. Al rato fuimos con mi sobrino a evacuar mucha orina al baño. Jugamos a quien orinaba por más rato. La única regla era no interrumpir jamás el chorro, o si no se acaba el conteo de segundos. Alonso duró 10 segundos y yo 13.<br />Esperamos que el almuerzo estuviera listo viendo un programa sobre Roma antigua en la televisión. A mi sobrino le encanta la historia, de sobremanera todo lo relacionado con los grecos y romanos. Ël dice, o decía, que con sus trajes parecen extraterrestres. Aseguraba que los romanos venían de Marte y que los griegos de Urano. Antes de que terminara el programa fui a la cocina y abracé por detrás a mi hermana. Se estremeció entera y me lanzó un tímido codazo.<br />–Voy a ir al parque con Alonso –le dije al oído.<br />–Vayan, así puedo preparar una clase para mañana y dormir otro resto.<br /><br />Paseamos tranquilamente por el parque. Alonso jamás se despega de mi lado y aunque no conversamos mucho, creo que es el único que entiende mis comentarios y preguntas o, al menos, no se las cuestiona tanto. Él también me entiende cuando le hablo. O se queda callado. Ambas cosas me gustan. Unos payasos comenzaban su show. Alonso prefirió obviarlos.<br />–Escribí una obra de teatro –mencionó él.<br />Noté que nuestros pasos se dirigían hacia la laguna y me sentí bien por ello. Encuentro que los patos son unas aves fantásticas. El motivo lo desconozco.<br />–Y de qué se trata la obra –pregunté.<br />–La escribí a medias con la profesora.<br />–Ella es linda.<br />–Rita es más linda.<br />–Es cierto, pero de qué trata la obra.<br />–Es de fantasmas.<br />–Qué miedo.<br />–Son una par de fantasmas que recuerdan a toda la gente que han asustado. La mayoría de los asustados son personajes históricos chilenos, como Portales y Prat.<br />–Se ve entretenida.<br />–A ti pocas cosas te entretienen.<br />–Tú serás el director de la obra, supongo.<br />–No, la profe es la directora. Ella quiere que yo sea uno de los protagonistas.<br />–Eso me parece bien.<br />–A mí no.<br />Caminamos un rato más en silencio. Llegamos hasta el borde de la laguna y nos apoyamos en la reja. Unas palomas revoloteaban alrededor nuestro. Nunca, ningún animal o ave, se nos ha alejado cuando con mi sobrino nos acercamos a ellos. Es más, nos buscan. Noté que el tema del posible protagonismo dentro de la obra de teatro le incomodaba, pero también noté que quería seguir hablándome. Él sólo estaba juntando valor:<br />–Los protagonistas son personas normales.<br />–Tú serías un gran fantasma, lo sé.<br />–Mis compañeros se reirían de mí. Siempre lo hacen.<br />Los patos se acercaron a la orilla. Alonso sacó una bolsa de migas que había traído desde la casa y empezó a lanzarlas al agua con su mano pequeña. Los patos, ordenadamente, buscaron las migas y se las comieron.<br />–Ellos saben que tú eres especial, por eso te molestan.<br />–Preferiría ser normal, como los patos. Flotar, comer migas y si me da calor hundo la cabeza en el agua.<br />–El agua debe estar helada ahora.<br />–¿Acaso los patos no se van al norte en invierno?<br />–Se fueron varios. Acuérdate que para el verano esta laguna estaba llena de patos.<br />–¿Y éstos por qué no se han ido?<br />–Porque son fanáticos de las migas, especialmente de las tuyas.<br />Alonso sonrió un instante, después se quedó mirando fijo a los patos. Su cara, al parecer, se entristeció.<br />–Tomás, ¿te imaginas ser un pato muerto?<br />Me vi flotando en el agua con los ojos cerrados. La corriente me llevaría a cualquier lado.<br />–Debe ser lindo ser por un instante un pato muerto –contesté.<br />Alonso asintió. Miró los patos nuevamente y murmuró:<br />–¿Existirán patos con una ala más corta que la otra?<br /><br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1152657577883377822006-07-11T18:36:00.000-04:002006-07-11T18:39:37.906-04:00Capítulo 1. Novela La Mano Pequeña<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off">entregaré a ustedes algunas partes de la novela que estoy escribiendo gracias a una beca otorgada por el consejo nacional del libro<strong> (y para que tamara no alegue más)</strong><br /><strong></strong><br /><strong>A modo de prólogo:<br />Aquí no hay ficción</strong><br /><br />Hace siete noches maté un hombre. Lamento haberlo hecho, aunque la muerte de ese tipo no me importe en lo absoluto. Alonso, mi sobrino de ocho años, vio todo y desde ese día no ha vuelto a hablar. Él junto a Rita, mi hermana melliza, son las personas que más amo. Si lo pienso, creo son las únicas personas que amo. Lo de Karla es distinto, ya tendré tiempo de explicarlo. Rita es sicóloga y está convencida de que el mutismo de su hijo es temporal. Yo también quisiera pensar lo mismo, pero no puedo.<br /> Me da una lata tremenda tener que hablar de mí y mi familia, incluso el acto de escribir esto en mi computadora –como lo estoy haciendo ahora– me produce hastío. Yo sólo escribo historias ajenas, historias que robo por ahí, en las calles, en las salas de espera y principalmente en el metro. Encuentro demasiado fácil contar una historia autobiográfica. No le veo la gracia. Cabe aclarar que yo no lo veo la gracia a casi a nada, sólo a las cosas que hace Alonso. Mi secreto para robar historias es concentrarse en las voces. Cierro los ojos y escucho el murmullo, de a poco empiezo a separar las voces, a relacionarlas, a distinguir cual voz habla con otra y cuando creo que he logrado captar algo interesante, lo anoto en mi libreta. De ahí saco, supuestamente, cuentos y poemas. En realidad sólo he escrito un par de cuentos y un par de poemas. Soy demasiado exigente con las historias y con mis textos, pero ojo, eso no asegura la calidad de ellos. Aclaro que lo que cuento finalmente (sea en prosa o en versos) no es necesariamente igual a lo que escucho. Rescato la esencia y trato de construir algo, y tampoco sé distinguir muy bien un cuento de un poema. El problema es que mis poemas son demasiados narrativos, me ha dicho Rita en innumerables ocasiones. En el fondo sé que como poeta apesto (el premio que gané hace un mes y medio no cambia en nada mi opinión) y constatar eso me produce cansancio, no pena.<br /> Voy a contar esta historia –y de hecho éste sería mi primer proyecto de relato largo o novela, como se quiera llamar, pues prefiero los cuentos y los poemas; todavía no he leído una novela que sienta que no está sobrescrita– para que quede un documento de lo que me ha pasado estas últimas semanas, una especie de testimonio de lo que me sucedió entre el 25 de julio y el 8 de agosto del 2004. Hoy es domingo 15 de agosto y esta última semana no ha parado de llover. A veces pienso que seguirá lloviendo hasta que Alonso diga algo. Lo que es yo, no voy a parar de escribir hasta terminar esta historia, mi historia, que quizá no cuaje mucho con la versión de la historia de los demás protagonistas, incluyo en esto la historia del muerto.<br /> Una advertencia antes de seguir: como este relato será autobiográfico, me apegaré a los hechos como lapa a una roca. Aquí no hay ficción. Es bueno que se sepa. Y sobre todo que lo sepa Alonso, quien será la primera persona a la que le muestre este texto. Luego a Rita, obvio. Y de ahí a nadie más, por ahora. No puedo siquiera pensar en la posibilidad de publicarlo. Me estaría autoinculpando y no quiero pasar el resto de mi vida encerrado en una celda de dos por dos. No me lo merezco, aunque nadie se merece nada, las cosas pasan y punto. Tampoco deseo que la familia del occiso tome represalias. Por mí, no importa. Alonso es quien me preocupa. Le pediré a mi sobrino que intente publicar este relato apenas me muera. Como ya explicaré, voy a morir joven.<br /><br /> Me llamo Tomás y no es gran cosa. Un día les pregunté a mis padres por mi nombre. Yo era chico, de unos cinco años, estaba en Kínder y usaba una bonita cotona café claro. No llevaba una semana de clases y mis compañeros me molestaban con el grito: “¡Tomás, gato tonto!” Me lo decían con un acento caribeño, igual que en los dibujos animados de Tom y Jerry. Es curioso que a la señora dueña del gato sólo se le lograra ver los pies y la falda. Ella siempre retaba a Tom con su acento caribeño y cada vez que pasaba eso yo me hincaba bajo el televisor y miraba hacia arriba, esperando con eso poder ver el resto del cuerpo de la señora gritona. Yo odiaba ese dibujo animado, no porque mis enanos compañeros me molestaran, eso me daba lo mismo, el tema es que encontraba estúpida la trama. Gato persigue a ratón eternamente. Obviamente nunca se lo comía o se acababa la serie. Aún así lo veía. Algo de masoquismo había en eso, lo admito. En todo caso “el monito” que más odiaba era El correcaminos. Ese pájaro flacuchento era un pedante de mierda, igualito al pato Glad con suerte.<br /> Volviendo al asunto de mi nombre. Papá apuntó a mamá con la punta de los labios y se desligó del problema. Yo me quedé mirando fijamente a ella. No sé cuánto rato pasó pero no fue poco. Mamá a veces ponía a prueba mi paciencia. Yo nunca me desesperaba y la seguía mirando sin expresión alguna. Creo que mamá siempre me encontró algo extraño y me hacía esas pruebas para obtener alguna pista que dilucidara el enigma de mi personalidad (es extraño, me considero una persona muy simple) o de conocer el límite de hasta donde yo podía llegar con mis obsesiones. Esa es la palabra que ella más usaba conmigo: obsesión. No despegué mis ojos de los suyos. Jamás he dejado que alguien no responda mis preguntas. Nada de original tiene mi actitud, basta con leer El Principito para darse cuenta de eso.<br /> –Me gusta como suena –respondió por fin ella.<br /> Yo la miré conforme por el hecho de que me había respondido, no por su respuesta. Tomás no suena bien, tiene la misma musicalidad de un eructo.<br /> <br /> Desde niño que el colegio se me hizo fácil y empecé a aburrirme en clases. Hablaba solo y cosas así. Mis compañeros no se juntaban conmigo y yo de puro aburrido leía en los recreos. Papá tenía una biblioteca inmensa, de unos diez mil libros o más. La mitad de los libros eran de ficción, la otra mitad eran ensayos y libros de historia. En tercero básico me cambiaron a mitad de año a cuarto, y en sexto y segundo medio me pasó lo mismo. Con catorce años me transformé en el egresado más joven de mi liceo. Entré a la universidad a los quince y cómo lo único que me interesaba en el mundo eran los niños, estudié pedagogía en matemáticas y luego pedagogía en castellano. Hice un par de magíster en educación, también. Nunca he trabajado como docente, ni creo que lo haga. Alonso llena todas mis necesidades pedagógicas. Él es un buen muchacho.<br /> Rita, el nombre de mi hermana, tampoco es gran cosa, aunque, que yo sepa, nadie la ha molestado por llamarse así. Mi hermana melliza, nacida 5 minutos antes que yo, es la mujer más hermosa que he conocido. Tiene un cuerpo armónico y a diferencia mía, le interesa de sobremanera el sexo. Perdió la virginidad a los catorce años y desde ahí no ha parado de experimentar. No hace mucho, a media noche, se vino a acostar a mi lado y me confesó entre sollozos que ha tenido sexo de todas las formas y posiciones posibles. Ella tiene un cuerpo muy flexible, así que le creo. Yo sólo atiné a felicitarla. Al rato la abracé y nos dormimos.<br /> Rita siempre fue buena alumna, nunca la pasaron de curso a mitad de año, pero destacó con excelentes notas. Es mucho más sociable que yo. Siempre fue reina de su curso y participaba en todas las actividades extra programáticas. Quedó embarazada en el último año de enseñanza media y cuando nuestros padres le preguntaron por el nombre del papá de la criatura, ella contestó:<br /> –No sé quién es.<br /> O pudo ser:<br /> –No se los diré.<br /> Yo estaba en la cocina y no escuché bien. Tampoco traté de averiguarlo. A Rita no la echaron del liceo porque papá era abogado y amenazó al rector con demandarlo por muchos millones si no dejaba a mi hermana terminar el año. Acabaron las clases y mi hermana dio la PAA y esa misma tarde mamá nos reunió en el living para contarnos que tenía cáncer. Murió al mes, una semana antes de nacer Alonso. Yo sentí pena, pero también sentí que la pena no era tan grande. Fue raro. Papá tuvo más suerte, alcanzó a disfrutar de Alonso por seis meses. Él también murió de cáncer. Rita dice que fue mamá fue quien se lo llevó. Puede ser. La muerte de papá me dio un poco más de pena que la de mamá, o puede ser que algo de pena me quedaba de la muerte de mamá y se acumuló. Yo los quise a ambos, pero, lo confieso, nunca al nivel de amor que profeso por mi hermana y por mi sobrino.<br /> Como se ve, estoy condenado a morir joven. Rita y Alonso también. Creo que ninguno de nosotros llegará a los cuarenta. Papá tenía 39 al momento de morir, mamá 37. El cáncer es hereditario por naturaleza. Quizás en quince años más exista una cura contra esa enfermedad. Ojalá descubran esa cura antes de que Alonso muera. A mí me da lo mismo morir a esa edad, a Rita también, lo sé. Ella no soporta la idea de no verse hermosa. Yo le he explicado, sin mucho convencimiento, que la belleza es más que una piel estirada y ella sólo da un suspiro a modo de respuesta. Rita es demasiado linda, ése es el problema. Todo exceso es malo. A mí me encantaba contemplarla desnuda durante su embarazo. Por la espalda parecía una modelo, cintura de avispa y nalgas firmes. Era pura panza, una panza redonda, perfecta. Luego del embarazo y de la muerte de papá, viajó a Mendoza y se ligó las trompas. Yo eso lo encontré inteligente, al punto que la imité y me hice una vasectomía. Alonso es el niño más maravilloso del mundo, no necesitamos más.<br /> Nuestros padres tenían seguros de vidas y algunas propiedades. Cada mes nos depositan plata en una cuenta bipersonal que tengo con Rita. Ella trabaja de sicóloga laboral en una empresa multinacional y hace clases en una universidad privada. De vez en cuando se acuesta con algún estudiante buen mozo y no sufre el más mínimo remordimiento por eso. De verdad, la admiro mucho.<br /> Mi trabajo voluntario consiste en criar a Alonso y mi trabajo remunerado en asistir una o dos veces por semana a las “reuniones de creatividad” en la agencia de publicidad de mi padrino. Benjamín, padrino también de Rita y quien fue el mejor amigo de papá, tiene mucho dinero y su agencia se ha ganado un prestigioso lugar dentro de Latinoamérica. Eso me ha dicho él y no debo por qué no creerle. Mi labor consiste en dar ideas (en realidad ése es el trabajo de todos en esas reuniones), decir cualquier cosa por descabellada que suene, y hacer un par de comentarios sobre las ideas de los demás. Benjamín me invita porque dice que soy creativo. Creo que es una tontera, una tontera con sueldo e imposiciones, una tontera legal. La plata que obtengo de ahí la depositó en una cuenta de ahorro a nombre de mi sobrino.<br /> Alonso nació de ocho meses. Al principio nadie notó algo raro en su cuerpo y no había cómo notarlo, tampoco. Todo estaba en orden, en perfecta simetría. Pasaron los meses y su mano izquierda crecía menos que la derecha.<br /> –Un caso en un millón –dijeron distintos doctores.<br /> Papá, por suerte, murió sin enterarse de ese detalle. Él siempre fue perfeccionista. No soportaba ver un zapato sucio o una corbata chueca, por ejemplo. Papá paseaba a su nieto en brazos hasta que se acalambraba. Rita, a pesar de también tener la característica del amor por la perfección, ha sabido asimilar esta asimetría física de su hijo con tranquilidad. Yo, por mi parte, le digo a Alonso que él en realidad es de manos pequeñas, cosa muy elegante por cierto, y que una le salió más grande que la otra de puro porfiada que es. Él me sonríe, pero es una sonrisa triste, extremadamente hermosa, parecida a la sonrisa de un león azul herido.<br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1150821901948974522006-06-20T12:43:00.000-04:002006-06-20T12:45:01.980-04:00Borrador, capítulo cinco, tercera parte, No me quieras tanto<strong>Cinco</strong><br /><br />Andrea me pidió que le metiera la mano en su entrepierna y que me entretuviera ahí. Entretente un ratito con mi conejita, dijo exactamente. Me dio risa eso de la “conejita”. Lo encontré simpático. El caso es que masajeé su conejita un buen rato antes de que uno de mis dedos explorara más adentro. Por otro lado, la pareja del frente, de la cual me había descuidado un tanto, estaba cuasi desnuda. Sentí un deseo gigante de carcajearme cuando vi al chico con el pantalón a medio sacar y con sus blancas nalgas apuntando al cielo. La luz de una ampolleta, ubicada en una carpa cercana, iluminaba tenuemente a la pareja. Ellos se encontraban en un pequeño claro dentro del bosque. Recuerdo que yo debía enfocar con esfuerzo mi vista para poder verlos bien. Miré a Andrea y ella no sacaba los ojos de encima de la pareja. A veces ella abría un poco la boca y exhalaba pausadamente. Imagino que lo hacía debido a que lo estaba pasando bien. Yo seguía con mi exploración. Lenta, continua y a ratos profunda. Justamente en esos ratos ella exhalaba. Un fuerte quejido nos avisó que el chico había penetrado a la chica. El quejido fue de ella: agudo y discontinuo. Él estaba encima de ella. Ella tenía sus piernas totalmente abiertas. En un momento logré verle la cara a la chica con mediana claridad y la noté algo ausente, o quizás lo estaba pasando muy bien. Por mi nariz entró un intenso olor a eucaliptos. Me gustó aquello. Escruté los árboles y en efecto, eran eucaliptos. La pareja continuó moviéndose cada vez con más bríos. Mi dedo explorador también aumentó su agresividad. Andrea seguía mirando a la pareja, pero ahora se mordía el labio inferior. Sentí unas ganas enormes de poder masturbarme, pero me contuve: mi mano más diestra estaba siendo devoraba por una conejita. El chico soltó un grito. Por un momento pensé que el espectáculo había terminado, pero no, siguió atacando con más fuerza.<br /> Pasaron unos cinco minutos en que nada cambió mucho. Hasta que Andrea se echó hacia atrás y quedó totalmente de espalda. Con una de sus manos empujó la mía. Seguí presionando fuerte, aunque ahora el ritmo lo llevaba ella. De reojo vi que el chico se detuvo de golpe. Luego me concentré en la cara desencajada de Andrea. Todo sucedía muy rápido. El chillido volvió más intenso que nunca. Volteé hacia los chicos y noté algo terrible: él se dejó caer hacia un costado, ella levantó su tronco hasta quedar sentada, giró su cara hacia donde estaba el chico y vomitó. Andrea soltó un último bufido y me sacó la mano con mucha delicadeza. Yo no hallaba qué hacer. El chico gritaba algo. La chica pedía disculpas, creo, pero sólo un momento, pues luego se tiró nuevamente hacia atrás o se desmayó. Andrea se retorcía lentamente, como si todavía sintiera el gustito del orgasmo. El chico se levantó, vociferó un par de garabatos y se perdió entre los árboles. La chica seguía inmóvil. Gracias, me dijo Andrea, y se acomodó su ropa. O tal vez no dijo nada y yo imaginé los agradecimientos. La luz de la carpa se apagó y la chica ¿desmayada? Se perdió en la oscuridad. Recordé la imagen del vómito y sentí náuseas. El chillido no se escapaba de mi cabeza. Andrea me besó tiernamente los labios. ¿Y los chicos?, me preguntó. Supongo que se fueron, atiné a decir. No supe cómo decirle lo que había visto. Recuéstate, me pidió. Obedecí como un manso cordero. Ella acarició mi pene por sobre el pantalón. Algo no andaba bien. No podía dejar de pensar en la chica. A lo mejor ella ahora estaba inconsciente. Quizás el chico le dio un golpe y yo no me di cuenta. Capaz que se esté ahogando en su propio vómito, me dije. No te está funcionando, me dijo Andrea apuntando con sus labios hacia mi entrepierna. Estoy algo nervioso, me excusé. Yo te voy ayudar, anunció.<br /> Andrea me sorprendía a cada momento. Sacó el paquetito de marihuana y con extrema facilidad preparó un pito. Lo encendió y dio una pitada larga. Yo lo intenté y tosí mucho. Ella se rió al mismo tiempo que creí escuchar algo delante nuestro. La chica, dije. Qué pasa con ella, dijo Andrea, y se acercó. La cara de Andrea me pareció desconocida. Se veía rara, contesté. Todos nos vemos estúpidos cuando tiramos. No, ella se veía distinta a eso. Cómo. Se veía enferma. Enferma de caliente. No estoy bromeando. No te pongas denso y trata de fumar algo. Y Traté, y tosí, y luego ya no tosí tanto, y sentí que mis pulmones se llenaban del mágico humo, y escuché el chillido, pero en un tono y volumen más bajo. Y reí, y Andrea rió conmigo, y me eché hacia atrás, y Andrea lo intentó de nuevo, y ahora mi cuerpo respondía, y su mano en mi pene hacía milagros, y cerré mis ojos, e intenté que ese momento sublime se alargara por siempre, que el final se postergara indefinidamente, pero las cosquillas comenzaron el algún extremo de mi cuerpo y se extendieron hacia el centro: mi pecho, mis muslos, mi pelvis. Y la explosión era inminente, y debí haber puesto una cara de estúpido, como había dicho Andrea. Y exploté. Y creo que al ratito me dormí. Hey, chicos, escuché. Me costó despabilar. Solté un grito de espanto cuando entendí quién era la chica que me hablaba desde arriba. Qué pasa, preguntó Andrea mientras sacaba su cabeza de mi pecho, se sentaba y encendía un fósforo. Disculpen que los haya despertado, pero es que ando perdida, dijo la chica del vómito. Miré su cara y sus ropas buscando vestigios de su mal momento y no noté nada. Andrea me miraba muy intrigada. Le hice una seña con los ojos, espero que discretamente, y ella entendió quién estaba frente nuestro. El fósforo se apagó y Andrea encendió otro. Todo está muy oscuro, explicó la chica, y los escuché a ustedes. Metimos mucha bulla, aseguró Andrea. Tú no, él roncaba algo, dijo la chica, y apenas logró esbozar una sonrisa. Me di cuenta que el cierre de mi pantalón estaba abierto y traté de cerrarlo sin que se dieran cuenta. Obviamente aquello era imposible. Andaba con un amigo, pero tomamos mucho trago y me quedé dormida, explicó ella. Recuerdo que había algo de luz y luego me dormí y desperté sola, agregó. Es un maricón, solidarizó Andrea con ella. La chica se encogió de hombros. Todos sus gestos era mínimos, como si le costaran un mundo poder realizarlos. Hay una carpa por ahí, apunté por entre los árboles en el momento que el fósforo se apagaba. ¿Seguro?, dijo la chica. Andrea y yo asentimos. ¿Me acompañan? No hay problema. Nos pusimos en pie y Andrea encendió otro fósforo. Avanzamos cinco metros y el fósforo se apagó. Encendió otro y aceleramos el paso. Llegamos a la carpa en el momento que se apagó el fósforo. Andrea encendió otro y la chica acomodó la ampolleta hasta que se encendió. Creo que los tres nos encandilamos. La chica entró a la carpa. Con Andrea nos quedamos mirando. ¿Eso es todo?, dijimos con nuestras caras. No hay nadie, dijo la chica al volver. Y quién debe estar, preguntó Andrea, No sé, alguien, contestó lacónicamente la chica. Son las cuatro de la mañana, dije algo sorprendido al mirar mi reloj. Dormimos harto, comentó Andrea. Quédense conmigo, propuso la chica, podemos dormir los tres, hay un colchón grande allá atrás. Nos quedamos callados. No sé qué pensaban ellas, pero yo imaginé que era una propuesta sexual. La idea me encantó, aunque también sentí algo de miedo, miedo al fracaso. Me sentía algo cansado y las nauseas no me abandonaban del todo. No podemos, dijo Andrea, andamos buscando un amigo. Enchuequé la boca y encogí los hombros. El perla no era mi amigo, fácilmente podía quedarme con la chica, pero recordé la imagen del vómito y reconsideré mi postura. Lo lamentamos, me excusé.roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1149641603087317702006-06-06T20:51:00.000-04:002006-06-06T20:54:38.630-04:00capítulo siete, segunda parte, No me quieras tanto<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table><blockquote id="9afd5bd9"><table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><div align="justify">Siete<br /><br />A veces ella me regalaba unas miraditas tiernas. Todo duraba apenas milésimas de segundos. Un pestañeo, mucho brillo en los ojos y una inquietante sonrisa, tipo Mona Lisa. Esta niña está lista, pensé, sólo falta que lleguemos al mentado santuario para ponerme en acción. Y aquello significaba adularla, decirle otro poema si era necesario, besarla suavemente, un par de “te quiero”, y a buscar un lugar cómodo y solitario se ha dicho. Yo sabía que ella no era virgen. Mis oídos fueron testigos de aquello. Ahora, lo anterior tampoco la transformaba en una bataclana. No, señor. Ella lo había hecho con su pololo, no con cualquiera. Cabía la posibilidad de que a mí, aún después de que nos besáramos y nos prometiéramos amor eterno, no me dejara traspasar la línea que separaba las fogosas caricias del sexo. Sería una pena, pero había que averiguarlo. Además, ella me gustaba de igual manera, si no pasaba nada ese día podía pasar otro, y a lo mejor nos transformaríamos en pololos. Una polola como ella no estaba nada de mal. Sin lugar a dudas una polola es mejor que cien aventuras al mismo tiempo. Tarde o temprano ese tipo de relación te asegura sexo y de forma periódica. Hay que querer y dejarse querer, pensé. Qué dijiste, me preguntó Yuly. La manía mía de pensar con la lengua siempre me ha traído problemas. Hay que apurarse para llegar luego, respondí. A Yuly no la noté muy convencida con mi respuesta. Suspiró o bufó, pero soltó aire por la boca. Me hice el leso y aceleré levemente el paso. Sentía mis pies bastante calientes y mis pantorrillas empezaron a punzarme. A pesar de ello distinguí delante nuestro, a unos cincuenta metros, a una chica muy sexy. Un poco más allá pude ver también a los chicos de la Pastoral. La chica sexy vestía unos jeans ajustados y su polera blanca y su peto amarillo no alcanzaban a cubrir su ajustada cintura. Parecía linda de cara, además. Ella algo comentaba a los peregrinos. Éstos se detenían un momento y luego se iban. Ella hacía exagerados gestos de lamento. Yuly, mientras tanto, no dejaba de regalarme miraditas tiernas.<br />La niña sexy se posó frente a mí. Con Yuly nos detuvimos de golpe. Pasen por aquí, dijo apuntando un sendero. El sendero acortaba el camino notoriamente. Era un atajo perfecto. Miré nuevamente a la niña y recién ahí me di cuenta que ella lucía unos cachos rojos sobre la cabeza. Era una diabla, una diabla deliciosa. Seguramente los curas la habían escogido con pinzas. Su voz era algo rasposa, rasposamente deliciosa. Todo en ella provocaba sensaciones cálidas en mí. El sendero era perfecto, como ella. La vida empezaba a sonreírme. Llegaríamos temprano al santuario gracias a la ayuda de una sexy diablita.<br />No, ni lo pienses, me aclaró Yuly. Por qué, grité al cielo. Es una prueba. Qué tipo de prueba. En la misa el cura aclaró que en el camino sufriríamos tentaciones y qué debíamos superarlas. Ese cura está loco, para qué seguir el camino más largo. Es una prueba de fe Nadie va a saberlo, vamos. Si quieres nos desatamos y vas tú solo. No es para tanto, tan solo es un atajo.<br />La chica sexy se contorneaba con una sonrisa pícara dibujada en su rostro. Yuly se veía molesta. Estaba claro que de haber podido, hubiese agarrado a trompadas a esa niña. Por mi parte, ya me había resignado a caminar de más, cual Caperucita. Apreté la mano de Yuly y apareció el Gordo. Veo que tu pareja está dudando, le comentó a Yuly. Ella asintió todavía proyectando molestia en su rostro. Ya nos íbamos, aclaré. La tentación no es soportable para gente sin fe, dijo el Gordo. Bah, ahora eres filósofo. Vayan los tres por este atajo, sugirió la chica del peto. La miré nuevamente y la encontré muy calentona. Debe ser la mascota de los curas, pensé. Nosotros no vamos, dijo el Gordo aterrizando su manota sobre el hombro de Yuly. Entonces tú ven, me dijo la descarada y agregó una oferta irrechazable: Si quieres te acompaño hasta el fin del atajo. Mierda, pensé. No, gracias, tengo compañía, aclaré lleno de dolor. Apreté nuevamente la mano de Yuly y empezamos a caminar. No podía sacarme de la cabeza la imagen del diminuto ombligo de la diablita. El Gordo no se despegó del lado de Yuly. Asquerosa lapa, pensé teniendo mucho cuidado de que no se me escapara el pensamiento. Era linda ella, comentó mi archienemigo. Yuly no respondió. Te estás convirtiendo en pecador, ataqué. ¿Yo, en pecador?, ironizó el Gordo. La encontraste linda. Eso no es pecado. Para ti sí. Sólo dije que es linda. Dijiste linda porque no te atreviste a decir rica. Eso es lo que tú piensas. Eres un eunuco. Sólo soy… El Gordo tartamudeó un poco. Yuly me soltó la mano y su molestia aumentaba exponencialemte. Yo sabía que toda esa estúpida batalla con el Gordo, y específicamente ésta, la de la diabla, no me ayudaba en nada, pero no podía resistirme a enfrentarlo. Sólo soy un buen cristiano, no un animal, aclaró finalmente el Gordo. Un reprimido, ataqué. ¿Ves?, le dijo a Yuly apuntándome, es un animal que no puede controlar sus impulsos. Todos somos animales, iba a decir, pero decidí callar eso. Yo sólo quería tomar un atajo, dije en cambio. Me están aburriendo, sentenció Yuly, y el Gordo se rascó la cabeza y se fue a paso apurado hacia donde sus estaban sus ovejas. Disculpa, el Gordo me saca de quicio, dije. ¿Viniste por mí a esta peregrinación?, me inquirió Yuly. Tú sabes que sí, mentí a medias. Entonces, respétame. No te entiendo. Sabes que yo no tomaría atajo alguno. Ah, es por eso. Por eso y por tus peleas con el Gordo. Él me provoca. Y tú no te puedes contener. Está bien, no lo pescaré más. Déjalo que hable. Lo dejaré. Y no lo insultes más, que también le tengo cariño.<br />“Que también le tengo cariño”. La frase me quedó rebotando en mi cabeza. No fui capaz de preguntarle a Yuly si acaso por mí sólo sentía cariño. Es una estupidez, pero lo pensé. Uno quiere ser siempre especial y único para las mujeres, no importando si uno tiene varias chicas especiales en su corazón, para decirlo de forma elegante. No sé si fue la confusión, o algo de rabia, o un ataque de celos, pero me sentí incómodo, y a lo mejor fue ese estado lo que no me permitió verificar si la chica que estaba descansando bajo la sombra de un árbol, y que sobrepasamos justo cuando Yuly soltó la fatídica frase, era Andrea. Y si no lo era se parecían mucho. Y si era ella se veía bellísima. Y debí girarme y mirarla bien, pero no quería más problemas con Yuly y no doblé mi cuello. O, derechamente, no quería perder todo lo ganado con Yuly. Me quedaron dos dudas: la chica aquella estaba sola o acompañada; y si ella, si me había mirado, me hubiese reconocido o no. El calor me hacía sudar mucho y mis ojos ardían. A ti te tengo algo más que cariño, sacó nuevamente la voz Yuly, y olvidé el calor y toda molestia.</div></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table></blockquote>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1147796037311105622006-05-16T12:12:00.000-04:002006-05-16T12:13:57.353-04:00Extracto capítulo ocho. No me quieras Tanto.<div align="justify">Yuly no llegó esa anoche. La preocupación por ella no me permitió dormir. Deseaba que no le hubiese pasado nada malo. Me sentía responsable por ella. Si yo no hubiese echado a perder todo, andaríamos de la mano por el campamento y ella no habría tenido que viajar sola hasta Temuco. La iglesia estaba fría como el hielo. Miré al cristo crucificado y por un instante casi recé. Reaccioné a tiempo y me acordé de mi ateísmo. A la mañana siguiente los del mi grupo preguntaron por Yuly y yo les contesté que tuvo una emergencia, nada más. Me concentré en planificar el trabajo para la tarde. Los niños eran muy tímidos y debíamos romper ese muro de indiferencia poco a poco. Todos los de Cultura y recreación aportaron ideas y a media mañana ya nos invadía el optimismo por el trabajo venidero. Una niñita mapuche de alrededor de cuatro años apareció luego de que dimos por terminada la reunión de trabajo. La tomé de la mano y nos fuimos a pasear por el valle. Ella me contó que la mamá no la dejaba cuidar chanchos porque siempre se les escapaban. Yo le dije que eso pasaba porque ella era muy linda. Percibí la confusión en el rostro de ella. Los chanchos, le dije, se creen los animales más lindos del planeta y cuando ven a alguien más lindo que ellos, como tú, se escapan para no sentirse feos. No quiero que ellos sufran por mí, me dijo ella con mucha pena. No te preocupes, le dije, pronto se les pasará, así son los chanchos. Ella rió y me soltó la mano. Corrió hacia un cerro. Imagino que a su casa.</div>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1147313308720550032006-05-10T22:05:00.000-04:002006-05-10T22:08:28.743-04:00No me quieras tanto. Capítulo seis.<p align="justify"><strong>Seis</strong><br /><br />Antes de irnos a la playa con mis amigos, visité una especie de gallinero. Digo “especie”, pues no había ninguna gallina. Sólo pollitos. Y eran cientos. Una verdadera alfombra amarilla de unos seis metros cuadrados. Es una pollera, concluí con brillantez. Esta curiosidad se ubicaba al final del sitio de la abuela, detrás del baño. Me alegré de saber que no estaba tan loco. Había escuchado ese piar durante el día entero.<br /> Llegamos a la playa, saqué la Biblia y antes de que me diera cuenta de algo, ya estaba hecho el primer pito de marihuana con una hoja de la misma Biblia. Yo era el único del grupo que no la había probado y, como ni siquiera fumaba cigarros, en la primera aspirada tosí como el peor de los enfermos tuberculosos. Mis amigos se reían mucho entre pitadas. Me enseñaron a contener el humo en los pulmones. Luego de varios intentos pude aguantar una par de segundos antes de toser, porque jamás dejé de toser. Luego del cuarto pito, o sea, cuando se acabó la marihuana, me quejé de que no sentía nada especial. Mis amigos tenían los ojos muy achinados y dibujaban una sonrisa eterna en sus caras. Me puse de pie, estiré los brazos y reí. Curiosamente no sabía de qué diablos me estaba riendo, y lo hice con energía, y lo hice por largo tiempo. Los músculos del estómago se me fatigaron y el dolor hacía que no fuese agradable reír tanto. La situación empeoró, el dolor se agudizó y aún así no podía parar la, ahora, carcajada. Mis amigos no reían, sólo sonreían, y al cabo de un rato les molestó mi carcajada. Te estás riendo de nosotros, dijo alguien. La risa había aminorado un poco, pero al escuchar ese estúpido comentario, se reavivó con más fuerza. Caí a la arena en posición fetal. Sólo quería parar mi patético show y me resultaba imposible. Te estás riendo de nosotros, empecé a repetir en tono de mofa. El sol se estaba ocultando debajo del mar y el color rojizo del cielo también me pareció gracioso. Incluso, el hecho de que mis amigos se alejaran de mí y se ubicaran en la loma de una dunita ubicada a cincuenta metros de mí, me resultó en extremo gracioso. Rogué al cielo parar. Mi ruego no era más que un mensaje en una botella lanzado al mar. Mi ateísmo no me impidió invocar a cualquier ser superior (en términos geográficos, por lo menos) para que se apiadara de mí. En un momento pensé en tomarme una de las pastillas, pero me acordé que existía la posibilidad de que fuesen para el ánimo, y yo no necesitaba nada para el ánimo, más bien todo lo contrario. Pensar me hizo bien. Lentamente mi risa se apagó, igual que el sol en el horizonte. El cielo del rojo pasó al morado y del morado al negro. En ese instante ya podía respirar nuevamente bien y mis amigos volvieron a mi lado. Parecías un loco, dijo alguien. Fue culpa de la hierba, contesté con poca convicción. Todos fumamos y a nadie le pasó algo igual, insistió el mismo. Es mi primera vez, expliqué. Puede ser, dijo otro, pero igual te burlaste de nosotros. Puede ser, contesté, y me reí un poco. Una puntada atacó nuevamente mi estómago. Vamos por copete, dijo Marco en tono conciliador. No sé cómo explicarlo, pero distinguía perfectamente cuando era Marco quien hablaba; los demás me parecían una misma masa con distintas voces.<br />Dos amigos corrieron hacia la botillería más cercana y regresaron a la playa con una garrafa de vino blanco, de vino barato por cierto, y tres sobres de jugo Yupi de piña. Echamos los jugos dentro de la garrafa y tuve el honor de batir nuestra falsa champaña. Chorreé un buen resto. A nadie le importó. Vino había de sobra. Éramos cuatro o cinco chicos versus una garrafa. Al no haber vaso debíamos beber directamente del enorme envase. Alguien enseñó la técnica de tomarla con una mano, voltearla sobre el antebrazo y beber. A mí me costó una enormidad lograrlo. Conversamos, era que no, sobre mujeres. Según lo que se comentaba ninguno era todavía virgen, cuestión más que dudable. Mi grupo era más bien perdedor. No íbamos a fiestas, ni éramos los más bueno mozos del curso. Igual teníamos algo de suerte. En particular, mi experiencia sexual era escasa. Obviamente conté un par de mentiras, o hermoseé la verdad. Para eso siempre he sido bueno. Marco habló de una vecina algo mayor que había intentado seducirlo durante casi un año. Un día mi amigo se armó de valor y entró a su casa: tiraron toda la tarde. Marco quería repetirlo todos los días, pero ella le dijo que no, sólo dos veces a la semana. Mi amigo le pidió, más bien le suplicó, que le explicara la razón. Quedo muy adolorida, contestó ella, lo tienes muy grueso. No se notaba en el tono de voz de Marco ningún atisbo de grandeza. Tampoco él era conocido por mentiroso. A pesar de nuestros egos le creímos. Todos sabíamos que nuestro amigo estaba bien dotado. Luego de educación física nadie se duchaba cerca de él para no caer en lamentables comparaciones. La envidia duró hasta que nos emborrachamos. Me cuidé, eso sí, de no beber mucho. Cerré los ojos e imaginé a la vecina de mi amigo montada sobre él. La cabellera volaba de un lado a otro. Abrí los ojos y me sentí estúpido. Eso lo encontré gracioso, pero evité cualquier atisbo de risa. Otro ataque de risa igual al anterior y me moría.<br />Mis amigos querían hacer algo más. Yo estaba feliz en la playa oscura. Miraba las estrellas y dibujaba figuras. Nada parecido a constelación alguna. Dibujé un carretón, una silla, un libro abierto y un pato. A jugar taca taca, dijo alguien, y lo seguimos. A esa altura y en nuestro estado, hubiésemos aprobado cualquier propuesta por muy descabellada que hubiese sido. Caminamos hasta el centro de Pichilemu y luego de espantar a unos niños que se demoraban mucho en desocupar un taca taca, compramos algunas fichas. Creo que las compro Marco. Él manejaba más plata que el resto. Su abuela era muy generosa. Nadie entendía nada del juego y nos reíamos de todo. Yo no tanto. Alguien me pasó un chicle y di tres masticadas. Me aburrió, lo escupí y el chicle cayó encima de uno de los arqueros del taca taca. La bengala, le cayó una bengala, gritó alguien. Nos demoramos un par de segundos en asociar el hecho al incidente de la que sufrió el Cóndor Rojas en el Maracaná, pero cuando logramos la sinapsis esperada nos reímos otra vez. No podía soportar el dolor. El administrador del local nos echó del lugar vociferando variados insultos. En el fondo eso me ayudó. Me dio rabia la actitud del administrador. La rabia anuló la risa y con eso el dolor. Quise patear el taca taca, pero me contuve. A mis amigos también los vi molestos. A pesar de ello obedecimos como un manso rebaño. Nos sentamos en la solera hasta que se nos pasó la rabia. Ahí, completamente callados, nos quedamos contemplando a los grupos de chicas que pasaban frente nuestro. No dábamos buen aspecto. Apenas ellas nos veían nos esquivaban. Vamos a la disco, propuso Marco. Alguien dijo vamos. Los demás nos encogimos de hombros y por lo menos yo acompañé el gesto con una estirada de trompa. En el fondo sabíamos que sería una experiencia penosa. Combatir una batalla con la seguridad de que será perdida, me resultó un acto romántico. Expuse mi pensamiento y nadie me oyó, o me entendió. Nadie se opuso y nos pusimos en camino. Nuevamente me acordé de las pastillas, las palpé dentro del bolsillo chico de mis jeans y sonreí confiado al igual que un vaquero después de tocar su pistola. Compramos las entradas (¿o las compró Marco?) y en medio segundo nos vimos envuelto en una nube de humo bajo un torrente de luces de colores. Respiré profundo y saqué a bailar a una chica cualquiera. Me dijo que no. Saqué a otra y recibí idéntica respuesta. Luego de cinco fracasos volví donde dos de amigos. Uno de ellos era Marco. Marco vaticinó que esa noche nadie nos pescaría. Yo le dije que sólo quería bailar, no agujear. Él me contestó que las mujeres asumen que uno quiere engrupirlas al sacarlas a bailar. Me quedé callado. Tocaban a Ramones y odié no ser algo parecido a un chico popular. Surgen desde el humo tres niñas frente a nosotros y caminan hacia la barra. Marco las sigue y habla con una. Pestañeé y ya estaban bailando. Mi otro amigo repitió el acto y también terminó bailando. La otra niña se quedó mirándome, o quizás miraba a alguien detrás de mí, o tal vez no miraba a nadie y su cabeza accidentalmente apuntaba hacia donde estaba yo. El caso es que la invité a bailar y ella aceptó gustosa. Sonrió honestamente, lo juro, y eso me gustó, la encontré hermosa, y antes del primer paso de baile ya estábamos conversando sobre nosotros. Me llamo Andrea, me dijo. Es demasiada la coincidencia, se me escapó. ¿Coincidencia?, repitió ella. No, contesté, es demasiada la potencia del volumen. Ah, me gusta la música fuerte, comentó. A mí también, mentí. Ahora viene algo cursi: me perdí en sus ojos brillantes. No a todo el mundo le brillan los ojos. Sólo a unos pocos. Bailé despacio. Todavía me sentía mareado y un hambre espantosa se apoderó de mí. En ese instante me habría comido una vaquilla entera. Andrea, dije entre medio de un suspiro. Sí, así me llamo, dijo ella, tienes buena memoria. Además de bella era graciosa. Era perfecta.</p>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1146757120509564922006-05-04T11:31:00.000-04:002006-05-04T11:38:40.553-04:00No me quieras tanto. Frases sueltas de los capítulos 2 y 3."En cuarto medio había tenido una profesora de inglés algo excedida en peso. Mis compañeros decían que sus piernas eran apetecibles. Juro que ese adjetivo usaban. La profesora me invitó a su departamento una vez. Me hice el tonto. Después de eso ella no dejó de sobrevaluarme en las pruebas. Estudié casi nada de inglés y lo aprobé con una nota muy alta. Nunca antes una mujer mayor intentó seducirme. Y nunca después."<br /><br />"Le pregunté su nombre y ella me dijo Ghirlainne. Asentí y parece que se me escapó un suspiro. Proyecté la imagen de un hombre de mundo, donde nada, ni siquiera un nombre extraño como ese, me asombraba. No me atreví a decirle que no la había escuchado bien. Fue el primero de mis silencios, la primera palada de mi entierro."roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1146536172130938612006-05-01T22:14:00.000-04:002006-05-01T22:19:43.940-04:00No me quieras tanto. Capítulo uno.<table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><p align="justify">Uno<br /><br />Esta es la historia de tres jóvenes de veinte años: dos lindas chicas y yo. Hubo algo de amor, es cierto, pero mucho menos del que todos pensamos. Esta historia pasó hace catorce años y puede ser que alguna de ellas esté muerta. Creo que las quise harto. Por lo menos todavía las recuerdo con cariño. Espero que ellas, si no están muertas, me recuerden de igual forma, aunque lo dudo. Aclaro que ellas no eran, lo que se dice, malas personas. Repito: eran un par de lindas chicas. A ese tipo de mujeres les sobran los pretendientes y, por lo tanto, las historias amorosas. Es obvio que me hayan olvidado. Yo era más bien feo. Tengo poco que recordar. Por eso me acuerdo tanto de ellas. Es injusto evaluar la fuerza de los sentimientos luego de tanto tiempo. La vida es injusta. Y triste. Y torpe, sobre todo torpe. Se va armando a través de decenas de malentendidos. La vida es, finalmente, un gran malentendido.<br />Por ahora, un pequeño adelanto de mi versión de la historia con ellas:<br />1. Las horas previas a la noche que conocí a Andrea, fumé marihuana y bebí mucho vino.<br />2. Cuando desperté el día en que conocí a Yuly, me masturbé en el baño y luego desayuné liviano: un par de tostadas con té.<br />3. Sólo una vez ellas se me juntaron. Fue en noviembre del noventa y dos, durante la noche posterior a la caminata hacia el santuario de Santa Teresita de Los Andes.<br />Y 4. Ojo: soy ateo desde muy niño.</p></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table><blockquote id="d87a902e"><br /></blockquote>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com26tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1145723986751956322006-04-22T12:36:00.000-04:002006-04-22T12:39:46.806-04:00y ahora ni siquiera recuerdo un verso<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/402/1251/1600/poema-signat.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/402/1251/200/poema-signat.jpg" border="0" /></a><br /><table id="HB_Mail_Container" height="100%" cellspacing="0" cellpadding="0" width="100%" border="0" unselectable="on"><tbody><tr height="100%" unselectable="on" width="100%"><td id="HB_Focus_Element" valign="top" width="100%" background="" height="250" unselectable="off"><strong>y ahora ni siquiera recuerdo un verso</strong><br /><br />ayer perdí un poema<br />lo tenía escrito en una libreta<br />en realidad perdí la libreta<br />pero lo único que me interesa es el poema<br /><br />era un excelente escrito<br />lo sé<br />aunque no recuerde a ciencia de cierta de qué hablaba<br />pudo ser de amor<br />o desamor<br />más bien esto último<br /><br />tengo varios poemas de desamor<br />y creo que ninguno de amor<br />una pareja en quiebre es un tema sin fin<br />creo que la voz del poema sonaba algo ansiosa<br />como si quisiera apurar la ruptura ad portas<br />se olía la desesperación en cada palabra<br /><br />quedé tan contento cuando terminé de escribir ese poema<br />y ahora ni siquiera recuerdo un verso<br />espero recuperar la libreta<br />o al menos la hoja del poema<br />es mi única esperanza<br />pues mi cabeza no retiene nada<br />ni siquiera un bello poema<br /><br />es estúpido pedir recompensa por algo así<br />quien encuentre el poema lo publicará como suyo<br />y yo lo leeré y me encantará<br />y de seguro recomendaré al autor a mis amigos<br />y maldeciré a dios por no habérseme ocurrido antes<br /></td></tr><tr unselectable="on" hb_tag="1"><td style="FONT-SIZE: 1pt" height="1" unselectable="on"><div id="hotbar_promo"></div></td></tr></tbody></table>roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-13982791.post-1144934954147282252006-04-13T09:20:00.000-04:002006-04-13T09:29:14.300-04:00Un pedazo de Día Verde<a href="http://www.pbs.org/wgbh/nova/time/images/watch.jpeg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 200px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://www.pbs.org/wgbh/nova/time/images/watch.jpeg" border="0" /></a><br />It's something unpredictable,<br />but in the end is right.<br />I hope you had the time of your life.roberto fuenteshttp://www.blogger.com/profile/13981382825624130789noreply@blogger.com6