Acabo de entrar a una librería y el librero me ha presentado a un antiguo cliente. El cliente en cuestión me saludó cordialmente, me dijo que me conocía, se excusó de que todavía no me haya leído, y, para subsanar la culpa, compró mi último libro frente a mis narices y me pidió que se lo dedicara. Me sentí bien. Ese Narciso que llevo dentro afloró con insolencia. Escribí una larga e inspirada dedicatoria. El cliente me pidió mi mail para mandarme sus comentarios. Se lo di y me retiré de la librería con la frente en alto. Acto seguido pensé de que si me dedicara a visitar todas las librerías y me hiciera amigo de todos los libreros, me convertiría en un best seller. Firmaría libros por doquier y mi Narciso interior se sentiría más que satisfecho. Luego sonó mi celular. Era una antigua amiga. Me llamaba para comentarme mi último libro. Volví a sonreír, me detuve en seco y respiré profundo esperando los halagos de rigor. No me gustó tu libro, me confesó. No te preocupes, sólo atiné a decirle antes de colgar. Espero que el cliente haya perdido mi mail. Me pondré piedras en los bolsillos para no volar más. Odio a mi Narciso. |
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