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lunes, abril 07, 2008
  El Vacío (escrito en abril del 2002)
Lo bueno de tener veintinueve años es que todavía no se tienen treinta, lo malo es que falta repoco para los treinta. Me convertiré en un adulto, en un ser responsable, en algo que estoy a años luz de imaginármelo; pero si alguien supiera que estoy casado, felizmente casado, y con una niña que todas las noches me exige cuentos para dormir, que además estudié una ingeniería de ejecución en una universidad tradicional, que después saqué un post-título, que trabajo en una empresa constructora, que me levanto siempre antes de las siete y que no me acuesto después de las once, agregando el no despreciable asunto de que poseo una hipoteca y auto propio, diría que soy un adulto, un adulto responsable. Qué cómico. A veces me siento un niño, y cuando no, un adolescente, porque adolezco, y ese debería ser el único requisito para sentirse así. La ansiedad es la culpable, o quizá el egocentrismo, pero algo no funciona bien en mi cabeza; si fuera un adulto, con treinta años y todo, sabría qué cresta me pasa. Busco, busco y busco (la humanidad entera lo hace, creo), y sólo encuentro un montón de hitos y horas ocupadas. Me gusta tu vida, me dicen algunos. Ésa una forma de decirme que odian las suyas. Y a mí también me gusta, contesto, pero tampoco es tan macanuda.
Hay un vacío que no tiene forma ni volumen, es invisible a mis sentidos a pesar de palparlo, olerlo, oírlo, escucharlo y saborearlo; leve o fuerte, está ahí, y si desaparece por algún tiempo no me doy cuenta. A lo mejor por eso escribo (casi toda la humanidad lo hace y no sabe el por qué), aunque creo que es una forma de expresión de mi ego, una forma de encerrarme, de abrirme, de buscarme, de alejarme, de jugar. Eso es. Acabo de encontrar el sentido: es un juego, un vulgar juego.
(Tenía ocho años o nueve, recuerdo en forma clara mi ropa: un short rojo -con bolsillos al costado-, unas zapatillas Dolphin y una polera celeste con un león estampado. La polera me la habían comprado en una feria cercana a la casa de una prima de mamá, y estaba, como diría papá, impeque. Era un día de feria, martes o viernes, hacía calor, era verano, y mis amigos aparecieron con un cajón de tomates podridos. Bastó una mínima provocación y la guerra empezó. Dos bandos se formaron. Yo me excluí. Como ya dije, mi polera estaba impeque, y podía usarla tres días seguidos, era cosa de no ensuciarla y de no transpirar. Tomates voladores pasaban en distintas direcciones. Mis amigos carcajeaban; los grandes reían con el espectáculo; yo sólo sonreía. El rol de espectador no me satisfacía. Pude haberme sacado la polera e integrarme al juego, pero era muy flaco. Sentí un golpe en el pecho y miré: una mancha pequeña, una maldita mancha, cubría la mejilla (¿derecha?) del león. Quién chucha fue, grité. La guerra paró de golpe. Era primera vez que me escuchaban decir un garabato, si es que “chucha” puede ser considerado como tal. Inflé el pecho al notar la parálisis colectiva que había provocado el grito. Una lluvia de tomates en mi contra prosiguió. Lo pasé chancho).
Visito una obra, escapo más temprana hacia la casa, juego con mi niña, leo, como, cago, beso a mi esposa, hago el amor o escribo (muy pocas noches he logrado realizar ambas) y duermo. Eso resume mi vida. ¿Y el vacío dónde está? En los espacios en blanco. Nada es continuo, ni el tiempo, ni un chorro de agua, ni un haz de luz.
Me retiro. Seguiré buscando...
 
domingo, julio 08, 2007
 
Soy un pecador
(y Rayuela me pena)

Creo que he leído todos los libros de cuentos de Cortázar. Tengo varios de ellos en mi biblioteca y los que no tengo me los ha prestado mi amigo escritor el joven Barros. Lejos, Cortázar es el autor argentino (y de cualquier nacionalidad) que más he leído, pero aún no he podido terminar Rayuela y eso me pena.

A principios de este año prometí saldar mi deuda con los escritores trasandinos. Lo lógico era primero terminar con Cortázar y luego introducirme en los demás autores. Tomé Rayuela y leí de sopetón las cien primeras páginas. Hasta ahí me llegó el entusiasmo. Los personajes me encantaron, pero eché de menos una historia, algo que mantuviera la tensión. Todo el mundo adora a Rayuela (sobre todo el joven Barros, es una especie de libro sagrado para él) y la encuentran una de las mejores novelas del siglo pasado. Imagino que debe ser así y por eso me da tanta lata no poder enganchar con esa novela. Me tomaré un respiro, me dije, y dejé el libro en un lugar privilegiado de la biblioteca (me explico: en el centro, a media altura y sin libros a los costados). El respiro resultó ser El Beso de la mujer araña de Puig. Anduve sonriendo todo el resto del día. Anoté en mi agenda que también debía leer Boquitas pintadas. Me han contado que esta novela es insuperable, pero antes debía continuar con mi tour de escritores argentinos.

Le conté al joven Barros sobre mi problema cortazariano y él me dijo que me lo tomara con calma. “Rayuela en algún momento te atrapará”, sentenció. Regresé un poco más tranquilo a casa. Cada vez que pasaba por la biblioteca tomaba la mentada novela, le daba unas hojeadas y la devolvía a su sitio. Ya se me pasará, pensaba. Leí La serpiente de Aira. Es cierto que sonreí mucho menos que con la novela de Puig, pero no me quejo, Aira es un autor original e interesante. A lo mejor mi problema es que Rayuela tiene demasiadas páginas, pensé, y agarré la novela-mamut de Alan Pauls, El Pasado. La leí, sonreí mucho e inmediatamente me puse serio. El problema no es la longitud del relato, me dije con el mismo pesar que siente un doctor al ver que no puede diagnosticar cierta enfermedad. Me hace falta un café y una larga charla, me dije frente al espejo y con la cara empapada en agua.

“Si te consideras un buen lector”, me empezó diciendo el joven Barros, “no puedes dejar de leer Rayuela”. Yo asentí. “Y peor aún si eres escritor, es un pecado capital, entiéndelo. Los duendes no te dejarán tranquilo”, agregó con los ojos inyectados en sangre. Me estremecí. Le prometí a mi amigo intentarlo nuevamente, pero aclaré que tampoco quería abandonar la lectura de otros autores argentinos. El joven Barros se rascó la cabeza, bebió un poco de café y me palmoteó el hombro antes de retirarse a escribir el final de su segunda novela. Lo miré por el ventanal, se veía sobreexcitado, chascón y caminaba torpemente: a cada rato chocaba con algún otro transeúnte. No lo culpo, pensé, después de todo está terminando una novela. Pasé a una librería y compré El juguete rabioso de Arlt. En la noche, luego de que mi familia se durmiera, me senté en el comedor con los libros de Cortázar y Arlt sobre la mesa. Leí diez páginas de Rayuela y casi sin darme cuenta empecé a hojear el otro libro. Luego de terminar la novela de Arlt me pegué diez cabezazos sobre la cubierta de la mesa por no haberla leído antes. Seguro que me habría ayudado mucho en mi primera novela. Anoté en mi agenda que debía leer todo lo de Arlt, de Puig, de Pauls y, por lo menos, otro par de libros de Aira. Y en eso estoy, consiguiéndome libros de estos autores argentinos y poniéndolos en pila sobre mi velador. Desde hace un mes, cada vez que apago la lámpara y apoyo mi cabeza sobre la almohada, escucho un par de voces al interior de la pieza. Mi esposa jamás se ha despertado con ese ruido así que supongo que sólo yo lo escucho. No distingo lo que dicen, pero sí sé con certeza quienes son los parlantes: el joven Barros y el maestro Cortázar. Hoy, con la esperanza de que las molestosas voces se callen, he jurado de guata que para las vacaciones de verano me pongo al día con Rayuela; además, y por si acaso, escribí en mi agenda: Yo amo a la Maga. Espero que estas cosas funcionen o sino tendré que dormir con la luz encendida durante mucho tiempo.

 
viernes, mayo 18, 2007
  Gracias Bertoni
Bertoni nos da una mano

Yo, hasta no hace mucho, me había quedado con la imagen de que la poesía era algo lindo pero abstracto, que mientras más palabras difíciles se usan mejor el poema, y con la idea de ese romanticismo cursi de un joven cantándole a una flor mientras se acuerda de su amada. La poesía era eso y mucho más. Llegó a mis manos el libro Jóvenes buenas mozas y descubrí que la poesía también puede ser algo tan mundano como seguir a una escolar por varias cuadras con el único fin de mirarle su lindo culo. Gocé como niño con ese libro y empecé a averiguar más sobre Bertoni, el autor. Descubrí que era un artista multifacético, músico y fotógrafo son, a lo menos, otras de las disciplinas que ha cultivado. También tiene una colección de zapatos abandonados por el mar. En resumen, Bertoni es un digno personaje de un cuento de Cortázar. Busqué más libros de él y me encontré con Ni yo. Leí sus poemas con el mismo placer que sentía cuando chico al comerme una manzana confitada. Pero dentro de este libro encontré una manzana confitada extremadamente deliciosa. Para una joven amiga que intentó quitarse la vida, se titula el poema. Y es un homenaje al cariño, al amor, a la amistad. No he leído mucha poesía, es cierto, pero deben ser los versos más tiernos de la literatura chilena: me gustaría ser un nido si fueras un pajarito / me gustaría ser una bufanda si fueras un cuello y tuvieras frío… Así empieza Bertoni su carta, porque originalmente este poema fue una carta que él escribió y mandó a una amiga que había intentado suicidarse. Es uno de esos poemas que uno puede tomar prestado y regalárselo a la mujer de sus sueños, pero ojo, es un arma de doble filo, y su uso debiera estar regulado por algún organismo fiscal. El ladrón de versos debe estar muy seguro de lo que hace, debe estar preparado para la reacción que puede provocar este poema. La chica se puede enamorar, sin duda, y puede hacerlo hasta las patas, por lo que si no se está seguro del propio amor hacia esa mujer, mejor no mandarlo. y si yo fuera sal / tú serías una lechuga / una palta o al menos un huevo frito… Espero que este escrito no lo este leyendo ningún conquistador de pacotilla. Sería como pasarle una navaja a un mono. Y si aún creen que estoy exagerando, lean estos últimos versos con los que termina el poema: y si tú fueras un árbol / yo sería tu sabia y correría / por tus brazos como sangre / y si yo fuera sangre / viviría en tu corazónGracias Bertoni por favor concedido, dirá más de alguien en un futuro próximo, con la cabeza de una mujer reposando en su torso desnudo.
 
lunes, marzo 12, 2007
  Best Seller bajo el sol (sin editar)
Best Seller bajo el sol
(y bajo lupa también)


El verano se ha transformado en la época del año favorita para que muchas personas se transformen, al menos por un par de semanas, en lectores. La razón es simple: las vacaciones permiten tener tiempo para hojear con tranquilidad algún texto. Estos “lectores temporales” generalmente van, supuestamente, a la segura. Se apean de libros probados, que ya han sido leídos por muchas personas, o que prometen serlo. Ahí aparecen los famosos y vilipendiados best seller a la palestra. Las editoriales, por su parte, dedican grandes esfuerzos en posicionar “el libro del momento”, aquel que hará más entretenidas las merecidas vacaciones.

Un libro se puede denominar best seller cuando cumple con alguna de estas dos condiciones: O se vende mucho; o responde, tanto en su estructura con en los temas a tocar, a cierta fórmula que de alguna manera asegura la posterior súper venta. Es por esta última condición que se da la paradoja de que muchos libros incluso antes de vender un solo texto, ya son llamados best seller. Pero, ojo, en el mundo de los súper ventas hay de todo. Libros buenos y otros tantos malísimos. Si bien la etiqueta de best seller sigue molestando a todo autor que se considere de respeto, ya no es tan grave la situación.

¿Qué diferencia un best seller de otro?

Hay libros que desde siempre fueron concebidos de esa forma, pensados en transformarse en la última novedad. Ahí está, por ejemplo, El Afgano de Frederick Forsyth, que toca el tema del terrorismo islámico y la guerra en Irak; o Malinche de Laura Esquivel, texto que fue escrito por encargo y en donde se podía aventurar que muchas mujeres (el sexo femenino es el más lector) correrían a las librerías para empaparse de la sufrida vida de Malinalli, la amante del conquistador Cortés. También existen fórmulas que funcionan un par de veces y que, por lo mismo, se repiten hasta el hartazgo. Miles son los subproductos que han aparecido luego de El Código Da Vinci: Algo de historia universal, varias cucharadas de religión y una pizca de intriga (y poco sexo para que la adaptación al cine pueda ser calificada para todo espectador). Además, abundan los escritores que quedan empantanados en algún estilo debido a lo éxitoso de sus libros anteriores. Ser un autor súper venta puede considerarse, en esos casos, una amarra creativa. ¿Se imaginan a Coello escribir algo distinto a la supuesta busca del sentido místico de la vida? Obviamente no. Otros dirán que simplemente no le da el ancho para escribir algo distinto, pero eso es harina de otro costal. John Grisham se ha envalentonado sólo un par de veces y ha contado historias sin abogados de por medio, aunque nunca ha abandonado del todo el llamado estilo thriller; el resultado de tal aventura ha sido dispar. En lo personal me gustaría ver a Rivera Letelier escribir sin tantos adjetivos, pero él ha declarado que escribe así y que morirá haciéndolo de esa forma. El fantasista fue uno de los libros más vendidos del 2006. Qué se le puede decir ante eso.

Pero también existen esos textos que simplemente se escribieron. Y, bueno, luego algo de él enganchó, o alguna circunstancia del momento lo hizo interesante para otro lector, y la ola creció y creció. Travesuras de una niña mala fue uno de los libros más vendidos el año 2006. También lo fue El Quijote de la Mancha. Nadie va a acusar a Cervantes o a Vargas Llosa de ser unos herejes literarios por ello. La catedral del mar, una novela que podría interesarle sólo a los catalanes, fue la sorpresa del año pasado. Afortunadamente es un gran libro y si bien es vendido bajo la etiqueta de novela histórica, derrocha literatura. Ahora último se está vendiendo mucho un texto de gran factura, El abanico de seda, de Lisa See; bien por sus lectores. Por otra parte, debido al premio Nobel otorgado a Pamuk (y no por otra cosa, no seamos ingenuos) sus libros Nieve, Me llamo Rojo y Estambul, desaparecen de las estanterías con facilidad. La distancia literaria entre estos libros y La bruja de Portobello, por ejemplo, es abismante. En términos de venta esa diferencia no es igual, más bien favorece a Coello. Plata para la editorial, plata para el autor. El sistema sigue funcionando.

Existe una última categoría, la peor para el ego de cualquier escritor. Libros concebidos claramente para convertirse en best seller, que son anunciados como tal, en donde millones de pesos son invertidos en publicidad, las vitrinas casi revientan con estos textos y el libro simplemente no se vende como se esperaba. En Chile existen, por parte baja, dos casos recientes: El número Kaifman y La Séptima M. Libros reseñados hasta el infinito tanto en la prensa escrita como en cientos de bloggers. ¿Acaso ya no interesan los nazis en Chile?, ¿o ya nos hemos olvidado de Los archivos secretos X? Como se ve, nada asegura en un cien por ciento la súper venta. Escribir, por suerte, sigue siendo un riesgo.

HARRY POTTER Y EL MISTERIO DEL PRÍNCIPE MESTIZO, J. K. ROWLING
La saga continúa y la diversión también. Rowling, para pesar de muchos, no sólo ha construido su propia gallina de huevos de oro, también escribe bien. Una historia donde se combina perfectamente lo fantástico y los típicos sentimientos adolescentes. Recomendable para jóvenes de toda edad.

INÉS DEL ALMA MÍA, ISABEL ALLENDE
La ligera y algo tibia pluma de Allende nos relata la vida de Inés de Suárez. Obviamente la autora no eligió a cualquier mujer. Debía ser combativa y con cierta presencia histórica. Las mujeres chilenas, como se puede leer, han sido sufridas desde siempre. La prosa, vale la pena decirlo, envuelve. Si usted es mujer y es seguidora de la autora, corra a comprar el libro.

TRAVESURAS DE LA NIÑA MALA, MARIO VARGAS LLOSA
No estamos frente al Varguitas de sus cinco primeros libros, pero Vargas Llosa es incapaz de escribir un libro malo. Aquí nos pasea por la risa y por el llanto a través de un periplo por distintas ciudades del mundo. Tome esto es cuenta: Leer a Vargas Llosa ayuda a sopesar de mejor forma a los demás autores.

PASIONES GRIEGAS, ROBERTO AMPUERO
Ampuero definitivamente engaña. Al leer sus columnas de opinión, independiente de que si se está de acuerdo o no con él, uno se convence de que debe ser un gran escritor de ficción. Una historia llena de clichés y atiborrada de datos “cultos”. Opte por sus libros policiales.

EL FANTASISTA, HERNÁN RIVERA LETELIER
El autor más entretenido de nuestro país nos relata la historia de un hombre que sobrevive gracias a su talento con el balón. La Pampa vuelve a ser protagonista y eso se nota: Rivera Letelier chapotea como chancho en el barro contándonos historias con el desierto como telón de fondo. Altamente recomendable para gente que necesita reír a carcajadas y para los amantes del buen fútbol.

LA SÉPTIMA M, FRANCISCA DEL SOLAR
Supuestos suicidios, misterios varios y un curioso trío investigador son algunos de los elementos de un texto que nunca logra despegar. Los personajes son meras caricaturas, la prosa es rígida en extremo y en cada página uno se dice: esto ya lo vi. Sólo si usted tiene la colección completa en DVDs de Los archivos secretos X, puede ir con algo de confianza a adquirir este libro.

EL NÚMERO KAIMAN, FRANCISCO ORTEGA
El nazismo ha llegado a Chile y con ello la corrupción, la violencia, el tráfico de influencias y todas las pestes que pueda engendrar la sociedad. Un libro demasiado maqueteado, donde los personajes no fluyen, actúan. Si gusta de historias de nazis en Chile, prefiera Patagonia de Sergio Gómez, un libro con menos páginas, pero con más literatura.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA, MIGUEL DE CERVANTES
Una obra maestra, inspiradora hasta el día de hoy. Siempre van a existir molinos de viento por derribar. Recomendable para todo ser humano que sepa leer; y si no sabe leer, debe aprender sólo para apreciar este texto.

LA FORTALEZA DIGITAL, DAN BROWN
A Brown le encantan los códigos, y en esta novela aparece un increíble computador capaz de descifrar cualquier código, pero un día esta máquina falla y la humanidad queda expuesta a lo peor. Aquí la religión es cambiada por el culto a las matemáticas. Lo demás es igual a todas sus novelas. No apta para mayores de cinco años.

EL AFGANO, FREDERICK FORSYTH
Más que una novela, este texto parece un panfleto donde se despotrica contra el terrorismo islámico y cualquier cosa que atente en contra de la “libertad”. La historia es tan ingenua que da vergüenza siquiera hablar de ella. Si es fan de George Bush puede llegar a gustarle este libro.

EL ABANICO DE SEDA, LISA SEE
La sola narración de los detalles de cómo se le vendaban los pies a las niñas chinas y sus dolorosas consecuencias, siendo en algunos casos hasta fatales, hacen olvidar el costo del libro. Una prosa delicada y punzante. Llena de sutiles metáforas. Quizás fue escrito pensando en las mujeres. Da lo mismo. La buena literatura es unisex.

LA CATEDRAL DEL MAR
Con más novelas como ésta, el trabajo de los profesores de historia se haría más liviano, por lo menos en lo que respecta a la parte motivacional. Es imposible no emocionarse con la trágica vida de Bernat y su hijo Arnau. Paralelamente vemos cómo se construye La Catedral de Barcelona. Un relato ambientado en siglo XIV donde se dibuja magistralmente el ambiente de esa época. No dude en llevarlo a la playa. Ni siquiera se lanzará al agua.

EL INOCENTE, JOHN GRISHAM
Grisham tiene una gracia que ya muchos “autores de respeto” quisieran. Hace que el lector entre lentamente en la historia a través de precisas descripciones físicas del lugar y de los personajes. Basado en una historia real, el autor se toma su tiempo para relatarnos la vida de un hombre condenado a muerte y que a cinco días de su ejecución, y luego de haber permanecido en la cárcel durante doce años, sus abogados logran demostrar que no era culpable. Recomendable para adictos a la entretención.


 
jueves, marzo 01, 2007
  No pongas a Salinger
No pongas a Salinger

Una vez que terminé de corregir el borrador de mi primer conjunto de relatos, caí en la cuenta de que algo le faltaba: el epígrafe. Mi esposa me aconsejaba que obviara el asunto. “Los escritores escriben esa tontera al principio de los libros para parecer más cultos”, alegaba ella. Revisé varios textos y fui descubriendo que en muchos casos parecía que el epígrafe no era más que una tonta ostentación del autor. Ante mi mueca de molestia mi esposa reaccionaba con una sonrisa, no burlona, no totalmente, era más bien una sonrisa de te lo dije. En mi revisión descubrí que los autores franceses eran los que más aparecían, seguidos de cerca por los clásicos griegos. Pero también descubrí que aquellas primeras líneas encerraban cierto tipo de homenaje hacia el autor citado. “Un libro no está terminado si no tiene un epígrafe”, sentencié con poca convicción. Mi esposa se encogió de hombros.

Ese volumen de cuentos contiene, en su mayoría, historias donde los protagonistas son niños o adolescentes. Frente a esta realidad busqué en mis libros iniciáticos (los que más me han marcado) la bendita frase que anunciara, aunque sea sutilmente, lo que se encontraría el lector más adelante. Mal que mal el epígrafe es un portal a un mundo nuevo, y ese portal debe representar de cierta forma un aperitivo que abra los apetitos literarios. Clasifiqué tres citas: una de Papelucho, otra de La ciudad y los perros y cerré con El guardián entre el centeno. Luego de analizar cada una de ellas, sentí que las palabras de Vargas Llosa eran las más lejanas al sentido (si es que alguien le puede encontrar uno) de mi libro. Esa noche me dormí tarde, quedaban sólo dos días para entregar el manuscrito final a la editora, y no pude decidirme por ninguna de las dos alternativas que quedaban.

Ingenuamente me junté con un grupo de amigos escritores al otro día. Todos ellos habían leído mis cuentos o, por lo menos, sabían de qué se trataban. Puse las dos citas sobre la mesa y ellos, presurosos, se lanzaron a la lectura. Todos arrugaron la frente. “No pongas a Salinger”, dijo el mayor. “No, no es conveniente”, acotó la única dama presente. Yo sólo atinaba a rascarme la cabeza. Pregunté el motivo de tal rechazo. “No es bueno que te asocien a Salinger”, explicó el menor. “Pero si escribe muy bien”, repliqué. “Es muy de culto”, arremetió la dama. “Los críticos te van a asociar a la Zona de contacto”. “Es muy gringo”.

Pasado el tiempo descubrí que todo había sido una tontera. A la hora de escribir, incluso a la de citar, hay que ser honesto consigo mismo. Qué importa que sea un autor de culto, o súper ventas, o mal mirado. Qué importa que el autor sea gringo, vietnamita, cubano o ruso. Lo único relevante del asunto es la relación que ese autor, que ese párrafo, que ese libro, haya conseguido contigo y tu obra. Salinger es un gran autor, y su historia de que vive enclaustrado en su casa desde hace décadas me parece sólo anecdótica. Holden Caufield es uno de los personajes más tiernos que posee la literatura norteamericana. Basta recordar la escena con la hermana menor: Caufield confiesa que él quiere convertirse en un guardián, esconderse en el centeno para advertir a los niños que no se acerquen a un barranco cercano. La vida se le cae a pedazos al protagonista, pero todo eso parece olvidarlo ante la presencia de su hermanita. De ese emotivo momento había extraído la polémica cita y mi falta de carácter evitó que la pusiera en mi primer libro, pero no en el segundo: una novela donde el protagonista frisa los doce años. Quizás es cierto que algún crítico haya hecho una mueca de desagrado al abrir el libro y encontrarse con Salinger, quizás más de algún potencial lector haya desahuciado mi novela al momento de leer el epígrafe, quizás muchos colegas escritores sonrieron con sorna luego de comprobar de que, para más remate, debajo de la cita de Salinger existía algo peor: parte de la letra de una canción de Los Prisioneros. Sólo citaré a Proust el día en que pueda, al menos, terminar de leer uno de sus libros sin pegarme cabezazos en la pared.


 
miércoles, enero 31, 2007
  Carta a un joven que quiere ser escritor maldito

Sácate de la cabeza eso de ser un escritor maldito. Olvídate de la vida de Hemingway, arranca ese póster que tienes pegado en tu pieza y sólo lee sus libros. Te recomiendo los cuentos de Nick Adams. Descansa del invento de Bukowski. Alguien lo elevó a la categoría de maestro sólo para justificar su vida lleno de excesos. Nadie puede tener tanto sexo pasando todo el tiempo borracho. No creas que siendo maldito vas a escribir mejor. No creas que te llegará la fama haciéndote el malo. Harás el ridículo por montones (en realidad, seguirás haciéndolo) y perderás a los pocos amigos que aún tienes. Bota todas tus botellas de alcohol que guardas en la despensa. También las drogas. Y deja de andar haciéndote el ebrio. Ya nadie te cree. Duerme harto, come bien, da largas caminatas. Aprovecha la oportunidad de ser una de las pocas personas en el mundo que no tiene que trabajar para vivir. Toma el sol, patea una pelota, respira profundo. Y luego de que te sientas bien y hayas recuperado la decena de kilos que has perdido, piensa algo en que escribir. Y si escribes, hazlo en pleno estado de lucidez. Tu libros anteriores son buenos, pero puedes hacer uno mucho mejor.

¿Quieres el reconocimiento de tus pares? Trabaja en tus textos. La escritura automática no existe. La inspiración tampoco. Si quieres puedes seguir escribiendo sobre zombis, sicópatas y drogadictos, pero hazlo con pasión. Que los personajes den sombra, como dice Vargas Llosa, aunque sean muertos vivientes. Y por sobretodo, manda al diablo a esos viejos poetas amigos tuyos. Ellos están perdidos. Ni siquiera están escribiendo. Deja de alimentarles el ego. La esquizofrenia de ellos no tiene porque ser la tuya. Tú eres joven. Estás a tiempo. Hazle caso a tu siquiatra, a tu familia, a tus amigos.

¿Odias que te llamen loco? Entonces no te comportes como tal. Deja de pelearte con todo el mundo. Destruir librerías no es un acto poético. Muchos te han metido ideas equivocadas en la cabeza. Te repito, no empuñes más tus manos. Te he visto la cara hinchada demasiadas veces. Lávate el pelo, cámbiate ropa y sale a dar una vuelta a algún parque. Tiempo tienes de sobra. Observa a la gente. Deja la literatura de lado por un momento. No vayas a cafés a encontrarte con cualquiera que se crea poeta. Descansa de ir a lanzamientos de libros de autores que ni siquiera has leído. No busques que la gente sólo hable maravillas sobre tus textos. Acepta las críticas negativas. A veces esas críticas son acertadas y ayudan a mejorar tu trabajo. Conversa de otros temas que sean de ti mismo. Insisto, Observa a la gente. A las parejas, a los ancianos, a los niños. Hazte amigo de un perro callejero y cuéntale tus planes. Dile que quieres ser un gran escritor, un escritor de fuste. Cuéntale que tienes un talento enorme, pero que ese talento no sirve de nada si un día amaneces acuchillado en un callejón. El perro te entenderá. Él sabe mejor que tú lo que es la vida. Discúlpate con todas las personas a la que has dañado. Tu vida ha sido dura, lo sé. La muerte ha merodeado exageradamente en tu familia. La pena es grande. Bueno, y la pena provoca angustia y la vida se vuelve una locura. Debes huir del hoyo y reconstruirte. No conozco a nadie que haya tenido tantas oportunidades como para enderezar el rumbo como tú.

Búscate una pega. El exceso de ocio es tu peor aliado. ¿Sabías que Bolaño, uno de tus escritores favoritos, trabajó en innumerables oficios antes de poder vivir de la literatura? Conserje y guardia nocturno, por ejemplo. Hemingway fue corresponsal de guerra. Bukowski cartero. Estudia inglés. Entra a un taller de bonsái. Teje a crochet. Pero haz algo.

La literatura es todo, gritas a los cuatro vientos. Ok. Como tú digas. Pero ojo, la literatura salva, no condena. La literatura es un salvavidas, no es un ancla que te lleva hacia el fondo. Por un momento visualiza que, a lo mejor, quién sabe, en una de ésas, la literatura no es todo. De repente es bueno sacar la cabeza por la ventana, ver una mala película, vibrar con un partido de fútbol, enamorar sutilmente a una linda chica. Luego puedes, si quieres, escribir algo sobre eso.
 
jueves, enero 04, 2007
  En un lugar de Lampa
En un lugar de Lampa…

¡Atención escritores chilenos! Olvídense de New York, Madrid y París. He descubierto un nuevo Macondo: Lampa. Pueblito ubicado en el extremo norte de la región metropolitana, a escasos cuarenta minutos del centro de la capital, combina perfectamente lo urbano con lo rural, y lo fantástico con la dura realidad. Su gente se caracteriza por trabajar mucho y ganar poco dinero, pero a pesar de ello no se escuchan mayores quejas. Los hombres son fuertes, morenos, algo serios, pero con una par de cervezas en el cuerpo se convierten en los seres más risueños del planeta. Las mujeres son buenas mozas, empeñosas y no son pocas las que debutan en el aspecto maternal antes de terminar el colegio. A continuación muestro ciertas características del nuevo Macondo e invito a algunos autores a escribir sobre el tema.

1. Por todas partes se aprecian autos, caballos y, por sobre cualquier cosa, bicicletas. Este ecológico medio de transporte es ideal para un pueblo donde todo queda lejos como para caminar y demasiado cerca como para tomar colectivo. Imagino a Fuguet escribiendo un cuento sobre jóvenes ciclistas que organizan carreras clandestinas durante las noches, con el único fin de olvidarse que nunca vivirán en otra parte que no sea su pueblo. Todos ellos añoran con que algún día se inaugure un cine a un costado de la plaza de armas.

2. Sus calles principales están pavimentadas y es motivo de orgullo poseer un cruce semaforizado. Es el único a kilómetros a la redonda y el sector donde está ubicado se conoce como El tropezón. En ese lugar perfectamente se puede ambientar una tragedia sin par. Basta que un camión no respete la luz roja y que aplaste a un carretón tirado por un caballo. Costamagna podría contagiar de dolor cada página. El chofer del camión sería una dama que escapa de los abusos de su esposo camionero, y el carretón lo manejaría un anciano aspirante a poeta.

3. Una de las cosas que más me ha impresionado del pueblo es la inutilidad de los carabineros y los tribunales de justicia. Todo problema se arregla con una larga conversación o a golpes. El joven Fritz, gracias a su pasado boxeril, podría narrarnos perfectamente una pelea entre dos hombres por el amor de una mujer. Un contendor defendería su honor, y el otro lucharía por revindicar su derecho a amar, aunque este amor sea prohibido. Se correría el riesgo, con Fritz de narrador, de que la mujer en disputa se convierta en vampiro durante las noches o de que todo, al final de cuentas, no sea más que un ingenioso juego de vídeo.

4. Abundan los locales que dan colaciones en el Camino Lo Etchevers, uno de los accesos principales a Lampa. “Las perversas” es el lugar preferido de muchos de los trabajadores que laboran en una inmensa villa en construcción. El simpático restaurante fue bautizado así debido a la venenosa mirada que poseen las mujeres que trabajan ahí. Pía Barros nos mostraría en muy pocas páginas la historia oculta de cada una de las perversas. El mal genio de la dueña del lugar es compensado con la dulzura y belleza de las chicas que atienden las mesas. El conflicto no importa, pero ojo, la culpa de todo la tienen los hombres.

5. Mucho campo y bosques ornan los alrededores del pueblo. Muchos canales de regadío, también. Por ahí podría aparecer un cadáver flotando: el del cura. Carlos Tromben nos abriría los ojos. Aparentemente motivos políticos llevaron al asesinato del prelado. Una antigua célula ultra nacionalista estaría detrás del ajusticiamiento del cura rojo. A medida que pasan las páginas y luego de una persecución entre viñedos, Julius, joven ciclista nipón e hijo no reconocido del prelado, atrapa al asesino: un viejo aspirante a poeta que alguna vez trabajó con Frei padre, y que enloqueció luego de ver en el noticiario de la noche la nota sobre curas brasileños que están comprometidos en causas de abusos sexuales contra menores.

7. En la media luna del pueblo se escuchan ruidos guturales durante las noches. Una posible bestia es la causa del temor generalizado. Collyer jamás nos mostraría a la bestia en cuestión, pero sí nos describiría con mucho oficio, el terror psicológico colectivo que afecta a los vecinos. Una sombra en la pared y un par de gallinas sin cabeza, bastaría para que el mismo lector dudara si leer o no el último párrafo antes de dormir.

Lampa da para mucho más: luchas chovinistas entre afuerinos –principalmente capitalinos– y lugareños; un campesino que muestra temple ante la inundación de sus tierras; niños que recorren a pie los cerros más altos y las quebradas más profundas; un avión que cae justo en el medio del tétrico cementerio ubicado en el extremo oriente del pueblo; y una competencia de rally entre un camión tolva, un tractor, una camioneta repartidora de gas y un jeep 4*4 conducido por el hijo menor del más grande latifundista de la zona.

Creo que hasta Rivera Letelier debiera escribir sobre este pueblo, pues Lampa en quechua significa “pala de minero”.
 
Bitácora de vuelo de un aspirante a escritor (y ser humano)

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Nombre: roberto fuentes

Nada. Sólo soy un escritor.

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