En un lugar de Lampa… ¡Atención escritores chilenos! Olvídense de New York, Madrid y París. He descubierto un nuevo Macondo: Lampa. Pueblito ubicado en el extremo norte de la región metropolitana, a escasos cuarenta minutos del centro de la capital, combina perfectamente lo urbano con lo rural, y lo fantástico con la dura realidad. Su gente se caracteriza por trabajar mucho y ganar poco dinero, pero a pesar de ello no se escuchan mayores quejas. Los hombres son fuertes, morenos, algo serios, pero con una par de cervezas en el cuerpo se convierten en los seres más risueños del planeta. Las mujeres son buenas mozas, empeñosas y no son pocas las que debutan en el aspecto maternal antes de terminar el colegio. A continuación muestro ciertas características del nuevo Macondo e invito a algunos autores a escribir sobre el tema. 1. Por todas partes se aprecian autos, caballos y, por sobre cualquier cosa, bicicletas. Este ecológico medio de transporte es ideal para un pueblo donde todo queda lejos como para caminar y demasiado cerca como para tomar colectivo. Imagino a Fuguet escribiendo un cuento sobre jóvenes ciclistas que organizan carreras clandestinas durante las noches, con el único fin de olvidarse que nunca vivirán en otra parte que no sea su pueblo. Todos ellos añoran con que algún día se inaugure un cine a un costado de la plaza de armas. 2. Sus calles principales están pavimentadas y es motivo de orgullo poseer un cruce semaforizado. Es el único a kilómetros a la redonda y el sector donde está ubicado se conoce como El tropezón. En ese lugar perfectamente se puede ambientar una tragedia sin par. Basta que un camión no respete la luz roja y que aplaste a un carretón tirado por un caballo. Costamagna podría contagiar de dolor cada página. El chofer del camión sería una dama que escapa de los abusos de su esposo camionero, y el carretón lo manejaría un anciano aspirante a poeta. 3. Una de las cosas que más me ha impresionado del pueblo es la inutilidad de los carabineros y los tribunales de justicia. Todo problema se arregla con una larga conversación o a golpes. El joven Fritz, gracias a su pasado boxeril, podría narrarnos perfectamente una pelea entre dos hombres por el amor de una mujer. Un contendor defendería su honor, y el otro lucharía por revindicar su derecho a amar, aunque este amor sea prohibido. Se correría el riesgo, con Fritz de narrador, de que la mujer en disputa se convierta en vampiro durante las noches o de que todo, al final de cuentas, no sea más que un ingenioso juego de vídeo. 4. Abundan los locales que dan colaciones en el Camino Lo Etchevers, uno de los accesos principales a Lampa. “Las perversas” es el lugar preferido de muchos de los trabajadores que laboran en una inmensa villa en construcción. El simpático restaurante fue bautizado así debido a la venenosa mirada que poseen las mujeres que trabajan ahí. Pía Barros nos mostraría en muy pocas páginas la historia oculta de cada una de las perversas. El mal genio de la dueña del lugar es compensado con la dulzura y belleza de las chicas que atienden las mesas. El conflicto no importa, pero ojo, la culpa de todo la tienen los hombres. 5. Mucho campo y bosques ornan los alrededores del pueblo. Muchos canales de regadío, también. Por ahí podría aparecer un cadáver flotando: el del cura. Carlos Tromben nos abriría los ojos. Aparentemente motivos políticos llevaron al asesinato del prelado. Una antigua célula ultra nacionalista estaría detrás del ajusticiamiento del cura rojo. A medida que pasan las páginas y luego de una persecución entre viñedos, Julius, joven ciclista nipón e hijo no reconocido del prelado, atrapa al asesino: un viejo aspirante a poeta que alguna vez trabajó con Frei padre, y que enloqueció luego de ver en el noticiario de la noche la nota sobre curas brasileños que están comprometidos en causas de abusos sexuales contra menores. 7. En la media luna del pueblo se escuchan ruidos guturales durante las noches. Una posible bestia es la causa del temor generalizado. Collyer jamás nos mostraría a la bestia en cuestión, pero sí nos describiría con mucho oficio, el terror psicológico colectivo que afecta a los vecinos. Una sombra en la pared y un par de gallinas sin cabeza, bastaría para que el mismo lector dudara si leer o no el último párrafo antes de dormir. Lampa da para mucho más: luchas chovinistas entre afuerinos –principalmente capitalinos– y lugareños; un campesino que muestra temple ante la inundación de sus tierras; niños que recorren a pie los cerros más altos y las quebradas más profundas; un avión que cae justo en el medio del tétrico cementerio ubicado en el extremo oriente del pueblo; y una competencia de rally entre un camión tolva, un tractor, una camioneta repartidora de gas y un jeep 4*4 conducido por el hijo menor del más grande latifundista de la zona. Creo que hasta Rivera Letelier debiera escribir sobre este pueblo, pues Lampa en quechua significa “pala de minero”. |
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