Mi abuela no conoció los blogs
Una aclaración: mi difunta abuela no sabía leer ni escribir.
Bastante ya se ha hablado de los blogs (“Por algo será”, decía mi abuela que siempre veía algo turbio en las cosas demasiado comentadas). Se asegura que es el medio informativo más democrático y con mayor crecimiento. Los amantes de las estadísticas afirman que cada segundo aparece en el mundo un par de nuevos blogs. La pandemia, para bien o para mal, al parecer no va a parar.
Poco a poco se empieza a notar la influencia de este medio. Fuguet ha contado que la buena respuesta de público que ha tenido su filme se ha debido a dos grandes factores: el conocido boca a boca y el apoyo de muchos blogs. Él, uno de los primeros narradores chilenos en tener su propia página web: http://www.fughet.cl/, curiosamente todavía no posee un blog, aunque ya tiene uno pensado. Y cómo no, en él va a hablar cine; películas alternativas que, por distintos motivos, apenas obtienen un espacio pequeño, casi inexistente, en la prensa tradicional (Una sola vez fui al cine con mi abuela y tuve que leerle en voz alta los subtítulos).
Son muchos los escritores que, en un acto narcisista, ya poseen su propio blog. Lo bueno del asunto es que antes, para conocer alguna opinión de ellos, había que esperar pacientemente que apareciera publicada una entrevista. Ahora no. Basta con pulsar algunas teclas para adentrarse en sus mentes. Una especie de ¿Quieres conocer a John Malkovich? literario.
Las ventajas de los blogs sobre los otros medios escritos son muchas: no hay línea editorial que seleccione los textos, tampoco censura (salvo la propia), y ni siquiera el espacio físico (cantidad de palabras, columnas o comos se quiera medir) imposibilita conocer al verdadero escritor. Muchos de ellos ocupan esta herramienta para promocionar sus creaciones. Otros, simplemente, opinan sobre los más variados temas. Algunos, en cambio, se contentan con comentar textos de otros autores y se dan el lujo, además, hasta de criticar y/o sugerir obras de teatro y películas. También los hay más informativos, periodísticos, seguramente preparados por algún relacionador público, y estos últimos son los más prescindibles.
Pero, afortunadamente, no sólo los escritores tienen su blog. Millones de personas comunes y silvestres, como lo era mi abuela, ya poseen uno. Meterse a cualquiera de ellos es un acto voyerista (“un vil sapeo”, dicho en palabras de la anciana antes mencionada), pues, en la mayoría de los casos, el blog se presenta como un diario de vida.
He consultado a mucha gente que tiene su propio blog (obviamente, quien escribe estas palabras ya se matriculó con uno) y he constatado que los sitios que soportan esto poseen una singularidad interesante: un tiempo limitado para subir la información. De partida la mayoría de los blogueros escriben directamente sobre su blog, o sea, no traspasan sus pensamientos desde el word al sitio web (imagino que lo escritores por deformación profesional si hacen esto último). Por lo tanto, si uno se demora mucho en escribir, cuando intenta subir el texto y publicarlo, se pierde toda la información. Esto fomenta la escritura compulsiva y hace que la mayoría de los escritos sean breves y concisos. “Dos cucharada y a la papa”, como diría mi anciana amiga. Es fácil, entonces, imaginar las consecuencias de tanta espontaneidad: textos más arriesgados, llenos de erratas, pero muy auténticos, reales, tan reales que se puede lengüetear la pantalla y sentir el sabor de las palabras (“Mire, las tonteras que dice mi nieto”).
Ojo, miles de obras se están escribiendo en este instante. Digo obras porque es obvio, natural e inevitable que luego va a aparecer la novela blog; algo así como una prima-hermana de la novela epistolar. De hecho, conozco a un par de jóvenes escritores que se han embarcado en esta aventura, y a un periodista que le ha propuesto a distintas editoriales llevar a formato de papel una selección de sus mejores textos publicados en su blog.
Mi abuela no alcanzó a conocer esta novedosa herramienta comunicacional, pero existen muchas otras abuelas que sí lo han hecho y que se jactan de su espacio en la red. He leído a dos señoras, ambas de sesenta y tantos años, y he comprobado que sus escritos son incendiarios. Definitivamente no tienen pelos en la lengua. Con los años, al parecer, el hombre pierde el temor al qué dirán. “Antes de irme a la tumba, voy a hablar ciertas cosas y voy a dejar la grande”, repetía mi abuela con insistencia, pero ella se murió y nunca develó esas ciertas cosas. Sin duda, el blog de mi abuela hubiese sido muy visitado, y habría tenido que escribirlo yo.   ¶ 9:52 p. m.