Extracto capítulo ocho. No me quieras Tanto.
Yuly no llegó esa anoche. La preocupación por ella no me permitió dormir. Deseaba que no le hubiese pasado nada malo. Me sentía responsable por ella. Si yo no hubiese echado a perder todo, andaríamos de la mano por el campamento y ella no habría tenido que viajar sola hasta Temuco. La iglesia estaba fría como el hielo. Miré al cristo crucificado y por un instante casi recé. Reaccioné a tiempo y me acordé de mi ateísmo. A la mañana siguiente los del mi grupo preguntaron por Yuly y yo les contesté que tuvo una emergencia, nada más. Me concentré en planificar el trabajo para la tarde. Los niños eran muy tímidos y debíamos romper ese muro de indiferencia poco a poco. Todos los de Cultura y recreación aportaron ideas y a media mañana ya nos invadía el optimismo por el trabajo venidero. Una niñita mapuche de alrededor de cuatro años apareció luego de que dimos por terminada la reunión de trabajo. La tomé de la mano y nos fuimos a pasear por el valle. Ella me contó que la mamá no la dejaba cuidar chanchos porque siempre se les escapaban. Yo le dije que eso pasaba porque ella era muy linda. Percibí la confusión en el rostro de ella. Los chanchos, le dije, se creen los animales más lindos del planeta y cuando ven a alguien más lindo que ellos, como tú, se escapan para no sentirse feos. No quiero que ellos sufran por mí, me dijo ella con mucha pena. No te preocupes, le dije, pronto se les pasará, así son los chanchos. Ella rió y me soltó la mano. Corrió hacia un cerro. Imagino que a su casa.