Uno
Esta es la historia de tres jóvenes de veinte años: dos lindas chicas y yo. Hubo algo de amor, es cierto, pero mucho menos del que todos pensamos. Esta historia pasó hace catorce años y puede ser que alguna de ellas esté muerta. Creo que las quise harto. Por lo menos todavía las recuerdo con cariño. Espero que ellas, si no están muertas, me recuerden de igual forma, aunque lo dudo. Aclaro que ellas no eran, lo que se dice, malas personas. Repito: eran un par de lindas chicas. A ese tipo de mujeres les sobran los pretendientes y, por lo tanto, las historias amorosas. Es obvio que me hayan olvidado. Yo era más bien feo. Tengo poco que recordar. Por eso me acuerdo tanto de ellas. Es injusto evaluar la fuerza de los sentimientos luego de tanto tiempo. La vida es injusta. Y triste. Y torpe, sobre todo torpe. Se va armando a través de decenas de malentendidos. La vida es, finalmente, un gran malentendido. Por ahora, un pequeño adelanto de mi versión de la historia con ellas: 1. Las horas previas a la noche que conocí a Andrea, fumé marihuana y bebí mucho vino. 2. Cuando desperté el día en que conocí a Yuly, me masturbé en el baño y luego desayuné liviano: un par de tostadas con té. 3. Sólo una vez ellas se me juntaron. Fue en noviembre del noventa y dos, durante la noche posterior a la caminata hacia el santuario de Santa Teresita de Los Andes. Y 4. Ojo: soy ateo desde muy niño. |