Página en blanco
jueves, agosto 24, 2006
  Y apenas escalo tu cuerpo (versión mejorada)
(Los Quesos es un nuevo grupo. La letra es mía. Ahora pido imagínarsela con un toque más blusero)

Y apenas escalo tu cuerpo

Camino lento como tú
Visto de negro gris o azul
Nada muy especial

En mi vida no hay hazañas
No conozco las montañas
Me cuesta respirar

Y apenas escalo tu cuerpo
Y apenas recibo tu aliento

Mi camisa se seca al sol
Trago pollo con arroz
Me aburre la T.V.

Timbro hojas de nueve a siete
Viajo en micro para verte
y decir cómo estás

Y apenas escalo tu cuerpo
Y apenas recibo tu aliento

En mi pared no hay diplomas
En mi cielo no hay palomas
Nunca puedo rezar

Lejos vuela Superman
Sólo te puedo alcanzar
si me logro estirar

Y apenas escalo tu cuerpo
Y apenas recibo tu aliento
Y apenas escalo tu cuerpo
Y apenas me siento por dentro
 
martes, agosto 22, 2006
  Y apenas escalo tu cuerpo

imaginar la canción con una lenta melodía:

Y apenas escalo tu cuerpo

(Los Quesos)

Camino lento como tú
Visto de negro gris o azul
Nada muy especial

En mi vida no hay hazañas
No conozco las montañas
Me cuesta respirar

Y apenas escalo tu cuerpo (bis)

Mi ropa secándose al sol
Un poco de pollo y arroz
Me aburre la T.V

Trabajo de nueve a siete
Viajo en bus para verte
Evito la lluvia

Y apenas escalo tu cuerpo (bis)

En mi pared no hay diplomas
Bebo café sin aroma
Me cuesta bailar

Qué lejos está Superman
Sólo te puedo alcanzar
si me estiro

Y apenas escalo tu cuerpo (bis)

Mi ropa secándose al sol
Un poco de pollo y arroz
Me aburre la T.V


 
miércoles, agosto 09, 2006
  capítulo 3, la mano pequeña
Lunes 26 de Julio:
Corazón roto

El colegio de Alonso queda a dos cuadras de nuestra casa. Es un colegio de monjas españolas, monjas bastante progresistas por lo demás. Aceptaron a mi sobrino a pesar de no ser hijo de un matrimonio católico y de sus dos apellidos iguales. Creo que el documentar la tarifa anual a principio de año también tuvo que haber influido. Todos llaman a la directora como Madre Trinidad, yo sólo le digo Trinidad y ella no se espanta. Es una mera formalidad, me dijo ella.
Entre nuestra casa y el colegio se ubica una animita. Apareció para el verano, cuando con Rita y Alonso nos fuimos por un mes a Iquique. Nunca supimos quién la puso y tampoco nos enteramos del muerto. La animita no tiene nombre, sólo la imagen de una virgen y el concho de un par de velas.
–Creo que los fantasmas no debieran usar sábanas –me dijo Alonso apenas superamos a la animita.
–Ah, no –dije sin pensarlo. Había sentido un pequeño escalofrío y no encontraba el motivo de ello.
–Algo más original. Le diré a la profe que los fantasmas se pinten la cara de blanco.
–Como los mimos.
–Sí, pero mis fantasmas hablan.
Alonso se quedó callado. Habíamos llegado el colegio. Los niños entraban y mi sobrino no hacía ademán ninguno de imitar el rumbo de sus compañeros. Al igual que el día anterior, seguía preocupado.
–No me gusta hacer Educación Física, Tomás.
–A mí tampoco me gustaba. Lo encontraba estúpido.
–El profe me trata de forma distinta. Hago otros ejercicios.
–Por qué.
–Él me dice que podría dañarme la mano.
–Tu mano está bien, nada te duele.
–Lo sé, pero él cree que se me va a quebrar si me apoyo en ella.
–Pediré hablar con él.
Alonso me besó en los labios y entró caminando lentamente al colegio. Encontré a la directora y le expliqué el problema de mi sobrino.
–Venga el jueves a mediodía y lo hablamos en conjunto con el profesor –me dijo ella, y me sonrío.
Las mujeres en general, cuando hablo con ellas, terminan las frases sonriéndome. Incluso la monja Trinidad. Ella es una mujer que debe bordear los cuarenta años. Es delgada y tiene unos ojos celestes que ya los quisiera cualquier modelo. Me incomoda que las mujeres me traten así. Yo nunca trato de seducirla o algo parecido. Mi trato es formal, educado. Ellas dicen que soy simpático. Eso es falso. Creo que los demás hombres son tan idiotas que basta con no hablarles con groserías a las mujeres para marcar la diferencia. Me despedí de Trinidad con un beso en la mejilla. Así me despido siempre de las mujeres. No he visto que la directora se despida con nadie de beso. Quizás todo este tiempo me he excedido.
Demoré en subir a algún vagón del metro. Iban llenos y odio las multitudes. Me senté junto a la ventanilla y frente mío venían dos niños de unos doce años. Uno de ellos era flaco y de pelo largo. Y el otro también flaco, pero de pelo muy corto. El del pelo largo contaba una historia terrible, muy difícil de quedar con el corazón indemne después de escucharla. El del pelo corto no lo interrumpía, lo escuchaba atento, aunque en el fondo no le creía nada. Sus ojos lo delataban. Tomé atención y memoricé cada detalle. Más tarde escribiría un cuento y tendría como título: Chitakelindo. El viaje había valido la pena. Me bajé en el centro de la ciudad. Tenía reunión en la agencia de publicidad a la once y recién eran las diez. Decidí tomarme un café y escribir algunas notas en una pequeña libreta que siempre traigo conmigo. Esas notas me ayudarían a escribir el cuento. Ya tenía una idea de cómo agregarle ciertas cosas a la historia original.
–Por la tarde leeré unos cuentos de Poe y Cortázar –me dije.
El lugar estaba lleno de ejecutivos y señoritas con traje de dos piezas. Todos hablaban muy fuerte, como si fuera una competencia. El sonido de los celulares aportaba otra cuota de ruidos molestos a la atmósfera. Por suerte me es fácil concentrarme y olvidarme del resto. Saqué la libreta y una joven de pelo rojizo se me acercó. La saludé y luego le pedí un té Ceylan con unas tostadas con palta. La joven era muy linda y en su cuerpo se dibujaban varias curvas. Los ejecutivos la miraban de reojo.
–Tienes muchos admiradores por aquí –le comenté inocentemente.
–Son unos idiotas –se quejó ella. La quedé mirando un rato–. Se tratan de hacer los simpáticos y me pasan sus tarjetas de visitas. Piensan que con su pinta y plata me van a llevar a la cama.
Otra cosa que también siempre me pasa cuando conozco mujeres. Me confiesan demasiado, como si yo fuese su amigo del alma. Rita dice que eso me pasa porque yo soy formal y buen mozo. Dice que proyecto confianza. Mis ojos son verdes y mi físico es normal. Rita asegura que mi mirada atrapa, seduce. Ella es así, exagerada.
Le sonreí y ella me sonrió algo avergonzada y se retiró. La miré y su andar me recordó a Karla. Karla trabaja en la agencia de publicidad. Tiene mi edad, quizás un par de años mayor que yo, y mueve sus caderas de manera silenciosa cuando camina. Su belleza es obvia, pero no por eso menos atrayente. Hasta ese momento nos habíamos besado en un par de veces. En realidad fue ella quien me besó y yo sólo respondí. En ambas ocasiones fue después de almorzar juntos en algún restaurante del centro. Octavio fue su novio por seis meses. Ella rompió con él porque lo encontraba algo violento. Nunca le pegó a ella. Sólo la palabreaba y más de alguna vez la dejó plantada. Yo no podría tratar mal a una mujer.
Octavio ahora está muerto. Yo lo maté. Karla no sospecha de mí.
Recibí mi té y las tostadas y para no perder las ideas que estaba escribiendo acabé con todo rápidamente. La estructura del cuento ya la tenía armada. El reloj mural marcaba la once. No quise ponerme en pie en seguida. Sólo por mi tío iba a esas reuniones. Por mí me quedaba en casa leyendo, escribiendo o jugando con Alonso. También me gusta mucho contemplar a Rita. Es la mujer que más me provoca.
Llegué algo tarde a la reunión. Todos estaban sentados alrededor de una gran mesa redonda. Y todos tenían frente suyo un bloc de notas y algunas hojas en blanco más un plumón negro. El tío, como siempre y a pesar de mi retraso, me recibió con un fuerte abrazo.
–Vamos, siéntate, que te pongo al día al instante –me dijo el tío y se fue al ventanal a hacer un llamado por celular.
Karla, sentada al frente mío, me sonrió y cerró sus ojos al mismo tiempo. Octavio, sentado al lado de ella, sólo me miró de reojo. Él dibujaba algunos garabatos en las hojas blancas sin concentración alguna. O sin la concentración debida, según mi punto de vista. El resto de las personas, al igual que en todas las ocasiones anteriores, me ignoraba. Eso se los agradecía. Nada me importa menos en el mundo que llamar la atención.
–Si quieres te cuento en qué estamos –me dijo Karla, y todos los demás nos dedicaron una mínima ojeada antes de volver a sus notas o dibujos.
Empecé a jugar con el plumón entre mis dedos mientras la escuchaba. Ella se veía radiante. Sus ojos negros proyectaban más profundidad que de costumbre. La belleza extrema me provoca pena y algo de temor, nunca excitación. Me contó que trataban de construir una idea para una campaña publicitaria. El producto era un pegamento de acción ultrarrápida.
–Queremos destacar, eso sí, que pega cualquier cosa en cualquier superficie –puntualizó ella.
–Veo que ya te pusieron al día –dijo mi tío al mismo tiempo que cerraba su celular y lo guardaba en alguno de sus bolsillos de la chaqueta.
–Sí, pero ando algo lento hoy. No sé si ya han expuesto alguna idea.
–Octavio propuso algo –respondió mi tío–. Una especie de torre que se va construyendo lentamente y con distintos elementos.
–Un lápiz, una goma de borrar, un pedazo de loza… –alcanzó a enumerar de manera fanfarrona Octavio.
–Para alcanzar el más alto rendimiento, sería el eslogan –interrumpió mi tío–. ¿Entiendes, Tomás? Alto.
–Se ve interesante, pero me suena algo familiar –contesté con sinceridad.
Mi intención no era atacar el proyecto de Octavio. Me daba lo mismo si él se llevaba los honores o no, como también me daba lo mismo el resultado de todas esas reuniones a las que sólo asistía por el cariño que le tengo a mi tío. Y por la plata también. Ese dinero lo depositaba en una cuenta de ahorro a nombre de Alonso. Me gustaría que en el futuro él se pudiera costear sus estudios superiores y/o financiar algún tipo de cirugía reconstructiva de su mano. A mí el tema de su mano no me molesta, pero a mi sobrino sí. La ciencia avanza y puede que en unos años más exista algo que ayude a Alonso. Puede ser su mano pequeña u otra cosa. Se sabe, y me instruido en ello, que las malformaciones tienen procedencia congénita y es habitual que los problemas no sean aislados. O sea, cualquier otra parte del cuerpo podría no estar bien. Un músculo, un hueso, una vena. A veces se tarda años en descubrirlas. Quiero que Alonso tenga cualquier problema financiero resuelto de ante mano.
–Hay un spot gringo en que aparece esa idea desarrollada –dijo alguien del grupo.
–Cuál spot, específicamente –rebatió con cierta agresividad Octavio.
La discusión continuó, pero yo me aislé de ello. Traté de pensar en lago. Mal que mal por eso mi tío me pagaba. Habían pasado varias semanas en que yo no aportaba mucho. Recurrí a los motivaciones principales del ser humano: el amor y el sexo. La imagen principal llegó a mí lentamente, y más lento aún pude armar el resto.
–Un corazón roto –dije, y la atención se centro en mí–. La imagen de un corazón roto será nuestra apuesta. Es una imagen universal, todo el mundo la entiende. Basta mostrar a una linda mujer que descubre a su pareja besando a otra mujer. Primer plano a su cara y luego aparece el corazón roto. Un corazón rojo, algo opaco. Luego aparece nuestro pegamento y pega el corazón, ahora es un corazón brillante, palpitante. Pega hasta lo imposible, podría ser el lema.
–Además es fácil crear una campaña entera con esa idea –comentó mi tío–. Es cosa de mostrar rompimientos de pareja, desilusiones. Se puede hacer en cine, muy creíble, y en el clímax de la escena aparece nuestro pegamento. Le dará un efecto cómico e inolvidable.
–Cada vez que alguien tenga problemas amorosos se acordarán de nuestro pegamento –comentó Karla–. Es una gran idea.
La discusión continuaba. Yo me levanté y me fui con mi tío hacia el lado del ventanal.
–Ya tenemos algo que mostrarle al cliente –dijo el tío mirando un edificio en construcción que se ubica frente al ventanal.
–Sí. Ellos encontrarán la mejor forma de presentarlo –dije apuntando hacia la mesa.
–No te preocupes. Hacen bien su trabajo.
El tío se echó un chicle a la boca. Había dejado hace poco de fumar, por recomendación médica, y ése era su nuevo vicio.
–Debes tener cuidado con Octavio –me advirtió el tío sin dejar de escrutar el edificio en construcción.
–No te entiendo.
–He notado que le gustas a Karla. Ella tampoco te es indiferente.
–Me atrae, pero no como ella quisiera.
–Da lo mismo. Octavio es un cascarrabias, tiene el corazón roto y eso unido a los celos…
Mi tío alargó la última palabra hasta convertirla en un soplido. Miré el edificio en construcción y distinguí a un obrero que se mantenía totalmente quieto en una orilla de la loza más alta. Sus demás compañeros de trabajo se movían de un lado para otro. Parecía que nadie se hubiese percatado de él.
Almorcé con Karla en un restaurante vegetariano ubicado cerca de la oficina. Yo quería volver a casa a leer a Poe y a Cortázar, pero ella insistió y no pude rechazar la invitación.
–Este fin de semana mi prima me pasa el departamento en la playa.
–Dónde queda.
–Te lo he dicho varias veces, en El Tabo. Tiene una vista preciosa.
A Karla le sienta muy bien la alegría. Yo he sonreído un par de veces frente al espejo y creo que me veo horrible.
Karla se levantó a saludar a una amiga a una mesa vecina. Vi como los hombres la seguían con la mirada. Siempre me ha extrañado el fuerte impulso sexual que se provocan entre los seres humanos. Los animales sólo responden al deseo en tiempos de celos. Algo muy bien delimitado. Karla es bellísima. Admito que tiene un cuerpo muy sexy, pero me costaba un mundo imaginarme con ella en una cama teniendo sexo. Dormir abrazados me era una imagen fácil de ver. Karla y su amiga se quedaron mirándome. La amiga algo le dijo al oído a Karla y ambas se rieron con ganas. Sentí un escalofrío. Me angustié al instante. Miré a la calle y vi a una muchedumbre correr con desesperación. Karla llegó a mi lado e instintivamente apunté hacia fuera.
–No veo nada –dijo ella.
–Están corriendo.
–Van apurados, como todos. ¿Te sientes bien?
–Sí, pero tengo irme.
Me levanté y busqué dinero en el bolsillo trasero de mi pantalón. Nunca he usado billetera o algo parecido.
–¿Vamos a ir a la playa? –me preguntó Karla bastante contrariada.
–Sí, no te preocupes –dije, y dejé un par de billetes sobre la mesa.
Karla me tomó de la mano y me acercó a ella. Me besó tiernamente en los labios.
–Te llamo y nos ponemos de acuerdo –me dijo cuando me soltó.
Asentí o le dije que sí u ok. El caso es que salí a la calle y pude respirar mejor. Ya sabía donde tenía que ir. Caminé algo más rápido de lo normal y luego de cinco minutos me detuve frente al edificio en construcción que se veía por el ventanal de la oficina de mi tío. Una ambulancia y muchos carabineros corrían de un lado a otro.
–Yo vi cuando iba cayendo –me dijo un hombre canoso y encorvado.
–Yo lo sentí –atiné a decir antes de darme media vuelta.
Caminé hasta mi casa.
 
Bitácora de vuelo de un aspirante a escritor (y ser humano)

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Nombre: roberto fuentes

Nada. Sólo soy un escritor.

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